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Tempestades de acero

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Ernst Jünger El bosquecillo 125<br />

Fuera se escucha el rumor <strong>de</strong> unos pasos que se acercan. Será Schmidt, que acu<strong>de</strong> para acompañarme<br />

en la ronda nocturna. Coloco la pistola en su funda y salgo <strong>de</strong>l abrigo. La luna está en lo alto <strong>de</strong>l cielo; su<br />

luz blanca succiona el color, absorbe el sentido <strong>de</strong> los objetos y, pálida y mortecina, los envuelve con un<br />

tejido <strong>de</strong> cristal. Los objetos son los mismos y, sin embargo, no parecen los mismos. Incluso el rostro<br />

<strong>de</strong>l enlace está blanco como una calavera. Echamos a andar con precaución; <strong>de</strong> vez en cuando dirijo<br />

la palabra a alguno <strong>de</strong> los centinelas que— están ahí <strong>de</strong> pie, silenciosos. Los pálidos reflejos <strong>de</strong> la luz<br />

en el casco, en la parte superior <strong>de</strong> las granadas <strong>de</strong> mano, en el fusil, que está preparado para<br />

disparar en cualquier momento, son lo único que hace que los centinelas <strong>de</strong>staquen entre la<br />

sombra <strong>de</strong>l parapeto. La trinchera se extien<strong>de</strong> como una serpiente blanca, acechante; un estímulo<br />

pequeñísimo basta para transformarla en un monstruo que escupe fuego. Voy hasta más allá <strong>de</strong>l ala<br />

<strong>de</strong>recha <strong>de</strong> nuestro sector, me a<strong>de</strong>ntro en el camino, no ocupado por nadie, que nos separa <strong>de</strong>l<br />

sector vecino. El enlace <strong>de</strong> combate me sigue a algunos pasos <strong>de</strong> distancia; ha <strong>de</strong> auxiliarme con<br />

granadas <strong>de</strong> mano en el caso <strong>de</strong> que ante nosotros surja una patrulla enemiga infiltrada en esta zona<br />

para intentar un osado golpe <strong>de</strong> mano. Pero nada se mueve; cuando me <strong>de</strong>tengo a escuchar, lo único<br />

que oigo es mi propia respiración, la brisa que agita la hierba y unos apagados disparos <strong>de</strong> fusil por el<br />

lado <strong>de</strong>l Bosquecillo. Puedo retirarme a <strong>de</strong>scansar.<br />

Pero tal vez no siento todavía ninguna necesidad <strong>de</strong> dormir; con esta vida que aquí llevamos,<br />

hace ya mucho tiempo que he perdido el sentido <strong>de</strong>l horario burgués. Cuando estoy cansado, me<br />

acuesto; y si he <strong>de</strong> levantarme a cualquier hora <strong>de</strong> la noche, eso no me preocupa. Si no tengo sueño,<br />

enciendo una vela y saco <strong>de</strong> la mochila uno <strong>de</strong> los libros que Schüd<strong>de</strong>kopf puso en ella. A esa hora<br />

uno lee como si estuviera soñando y hubiera perdido toda relación con el sentido <strong>de</strong> ese sueño; una<br />

vida más enérgica que la <strong>de</strong> los libros me mantiene preso en sus ca<strong>de</strong>nas.<br />

Tal vez no haya ningún otro lugar en que se perciba mejor que aquí en la trinchera la manera<br />

en que el espíritu <strong>de</strong> una época se cae a pedazos, cual un astroso vestido. Hay algo <strong>de</strong> siniestro en<br />

el modo en que se tornan hueros e indiferentes pensamientos que hasta hace poco tomaba uno en<br />

serio; es como si, en medio <strong>de</strong> una enorme escombrera, uno se encontrase con los espíritus <strong>de</strong> unos<br />

conocidos ya fallecidos y mantuviese con ellos una conversación fantasmal.<br />

Primera línea<br />

Durante la ronda matinal por el sector ha habido un ligero fuego disperso. Las granadas vuelven a<br />

convertirse poco a poco en algo habitual. Pero jamás pue<strong>de</strong> uno acostumbrarse enteramente a ellas,<br />

como tampoco pue<strong>de</strong> habituarse al frío intenso, que hace tiritar, ni a la extracción <strong>de</strong> un diente, ni<br />

a ningún otro sentimiento <strong>de</strong>sagradable.<br />

A veces, durante los permisos, los conocidos le hacen a uno esta pregunta, hoy tan corriente: «Pero a<br />

usted esas cosas no le causan ya ninguna impresión, ¿verdad?»; uno hace un movimiento con la<br />

cabeza, asintiendo a lo que dicen; no quiere estropearles el agradable sentimiento <strong>de</strong> horror que<br />

experimentan y sabe, a<strong>de</strong>más, que les resulta imposible ponerse en la situación anímica <strong>de</strong> un ser<br />

humano expuesto a los disparos. Pero uno se guardaría muy mucho <strong>de</strong> contarle a un viejo guerrero<br />

esas cosas, pues sabe bien que el estampido <strong>de</strong> la explosión <strong>de</strong> un proyectil hace que se arroje al<br />

suelo incluso el hombre <strong>de</strong> sangre más fría; ese ruido le obliga a hacer una reverencia a la Muerte, pese<br />

a que ésta sea ya una vieja conocida nuestra.<br />

El soldado bisoño se comporta en estas ocasiones con una <strong>de</strong>spreocupación mayor; se <strong>de</strong>ja intimidar<br />

poco por la explosión <strong>de</strong> un proyectil. Sólo cuando la experiencia le ha enseñado que esos artefactos son<br />

capaces <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedazar el tronco <strong>de</strong> un árbol y reducirlo a astillas, capaces <strong>de</strong> lanzar por los aires muros <strong>de</strong><br />

piedra, capaces <strong>de</strong> partir limpiamente por la mitad un cráneo, como si fuera el tronco <strong>de</strong> una col, sólo<br />

entonces se vuelve más precavido el novato. Cada uno <strong>de</strong> los sangrientos sucesos <strong>de</strong> los que con el paso<br />

<strong>de</strong>l tiempo va siendo testigo graba en su memoria una impresión; y todos esos horrores se <strong>de</strong>spiertan en él<br />

cuando se acerca el rugiente canto <strong>de</strong> un proyectil. No es el ojo, sino el oído, el que insinúa el Peligro, y,<br />

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