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Tempestades de acero

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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />

continuó tendiendo el cable. El puesto <strong>de</strong> mando consistía en un diminuto fortín <strong>de</strong> hormigón en el que<br />

apenas había sitio para el jefe, su ayudante y el oficial <strong>de</strong> or<strong>de</strong>nanzas; por ello me busqué un cobijo en las<br />

cercanías. Junto con el oficial <strong>de</strong> transmisiones, el oficial <strong>de</strong> la <strong>de</strong>fensa antigás y el oficial <strong>de</strong> los<br />

lanzaminas me metí en una débil barraca <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra; no constituía precisamente el mo<strong>de</strong>lo i<strong>de</strong>al <strong>de</strong> un<br />

refugio a prueba <strong>de</strong> bombas.<br />

Por la tar<strong>de</strong> salí hacia nuestra posición, pues había llegado un informe según el cual aquella mañana el<br />

enemigo había realizado un ataque contra nuestra Quinta Compañía. Pasando por la cabecera <strong>de</strong><br />

transmisión <strong>de</strong> mensajes fui hasta la <strong>de</strong>nominada «Granja <strong>de</strong>l Norte», una casa <strong>de</strong> labor que los disparos<br />

habían vuelto irreconocible; <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> sus ruinas habitaba el jefe <strong>de</strong>l batallón <strong>de</strong> reserva. Des<strong>de</strong> allí había<br />

un sen<strong>de</strong>ro, apenas indicado, que conducía hasta el jefe <strong>de</strong> las tropas combatientes. Las gran<strong>de</strong>s lluvias <strong>de</strong><br />

los últimos días habían transformado el campo <strong>de</strong> embudos en un <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong> cieno; su hondura era<br />

peligrosísima, especialmente en el cauce <strong>de</strong>l arroyo Pad<strong>de</strong>. En mis correrías pasé al lado <strong>de</strong> muchos<br />

muertos que yacían solitarios y abandonados; a menudo lo único que <strong>de</strong> la sucia superficie emergía era<br />

una cabeza o una mano. Millares <strong>de</strong> soldados duermen <strong>de</strong> este modo, sin que un monumento levantado<br />

por manos amigas adorne sus sepulturas.<br />

El cruce <strong>de</strong>l arroyo Pad<strong>de</strong> resultó extremadamente difícil; conseguí atravesarlo gracias a algunos<br />

álamos que las granadas habían <strong>de</strong>rribado sobre él. Una vez cruzado aquel arroyo <strong>de</strong>scubrí <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un<br />

embudo gigantesco al jefe <strong>de</strong> la Quinta Compañía, el alférez Heins, ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> un pequeño grupo <strong>de</strong><br />

fieles. La posición, consistente en una serie <strong>de</strong> embudos, quedaba junto a una pendiente; como aún no<br />

estaba anegada <strong>de</strong>l todo, un no muy exigente soldado <strong>de</strong>l frente podía calificarla <strong>de</strong> habitable. Heins me<br />

contó que por la mañana había hecho aparición una línea <strong>de</strong> tiradores ingleses; los nuestros abrieron<br />

fuego contra ella y <strong>de</strong>sapareció. Pero los ingleses, a su vez, habían abatido con sus disparos a algunos<br />

hombres <strong>de</strong>l 164° Regimiento que andaban extraviados y que habían echado a correr cuando aquéllos se<br />

acercaron. Salvo esto, todo estaba en or<strong>de</strong>n; en vista <strong>de</strong> ello retorné al puesto <strong>de</strong> mando e informé al<br />

coronel.<br />

Al día siguiente el enemigo interrumpió <strong>de</strong> groserísima manera nuestra comida <strong>de</strong>l mediodía; lo hizo<br />

mediante unas cuantas granadas que colocó al lado mismo <strong>de</strong> la pared <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> nuestra barraca. Los<br />

surtidores <strong>de</strong> barro levantados por las granadas caían en lentos remolinos y tamborileaban sobre la<br />

techumbre <strong>de</strong> cartón alquitranado. Todo el mundo se abalanzó afuera; yo me refugié en una granja<br />

cercana. Como llovía, me metí <strong>de</strong>ntro. Por la tar<strong>de</strong> volvió a ocurrir lo mismo, pero esta vez me que<strong>de</strong> al<br />

aire libre, pues el tiempo era seco. La siguiente granada estalló <strong>de</strong> lleno en aquel edificio, que ya se estaba<br />

viniendo abajo. Así es como juega el Destino en la guerra. Más que en ningún otro sitio se cumple aquí el<br />

axioma: «pequeñas causas, gran<strong>de</strong>s efectos».<br />

El 25 <strong>de</strong> octubre el enemigo nos expulsó <strong>de</strong> las barracas ya a las ocho <strong>de</strong> la mañana; el segundo<br />

disparo acertó <strong>de</strong> lleno en la que quedaba enfrente <strong>de</strong> la nuestra. Otros proyectiles se hundieron en los<br />

prados inundados por la lluvia. Parecía que no explotaban, pero abrían embudos enormes. Aleccionado<br />

por las experiencias <strong>de</strong>l día anterior elegí, en el gran campo <strong>de</strong> coles que quedaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l puesto <strong>de</strong><br />

mando <strong>de</strong>l regimiento, un embudo que estaba aislado e inspiraba confianza; cada vez que nos<br />

bombar<strong>de</strong>aban permanecía en él y no me separaba <strong>de</strong> allí sin antes haber <strong>de</strong>jado pasar un oportuno<br />

intervalo <strong>de</strong> seguridad. Ese día recibí la noticia, que me afectó mucho, <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong>l alférez Brecht;<br />

había caído luchando en el campo <strong>de</strong> embudos situado a la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong> la Granja <strong>de</strong>l Norte, mientras<br />

<strong>de</strong>sempeñaba sus tareas <strong>de</strong> oficial <strong>de</strong> reconocimiento. Era uno <strong>de</strong> los pocos hombres que incluso en<br />

aquella guerra <strong>de</strong> material semejaban estar ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong> un aura especial; parecía invulnerable. Hombres<br />

como él son fáciles <strong>de</strong> reconocer, pues se <strong>de</strong>stacan <strong>de</strong> la masa <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más — son los que ríen cuando<br />

llega la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> atacar. La i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que tal vez uno mismo no seguirá viviendo mucho tiempo nos inva<strong>de</strong><br />

involuntariamente cuando recibimos la noticia <strong>de</strong> muertes como ésa.<br />

Un fuego <strong>de</strong> tambor <strong>de</strong> una violencia extraordinaria llenó todas las horas <strong>de</strong> la mañana <strong>de</strong>l 26 <strong>de</strong><br />

octubre. También nuestra artillería redobló su furia al divisar las señales <strong>de</strong> petición <strong>de</strong> tiro <strong>de</strong> barrera que<br />

se alzaban en la primera línea. Todos los bosquecillos y todos los setos estaban erizados <strong>de</strong> cañones;<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ellos realizaban su labor los medio ensor<strong>de</strong>cidos artilleros.<br />

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