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Tempestades de acero

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Ernst Jünger El bosquecillo 125<br />

ocupada en acarrear cosas, clavar puntas, realizar trabajos te fortificación; otra se encuentra sentada al sol<br />

<strong>de</strong>lante te sus agujeros y se <strong>de</strong>dica a remendar la ropa o a limpiar las armas; <strong>de</strong> otros hombres lo único<br />

que pue<strong>de</strong> verse son las claveteadas suelas te sus botas; yacen en sus búnkeres como panes en un horno y<br />

<strong>de</strong>scansan te la guardia nocturna. Casi todos tienen rostros juveniles y flacos, pero tostados por el sol; sus<br />

ojos son claros. Des<strong>de</strong> que se introdujo la máscara antigás han <strong>de</strong>saparecido las largas barbas que muchos<br />

llevaban antes; es probable que se las tejasen para rendir un piadoso homenaje a sus abuelos <strong>de</strong> 1871. Los<br />

rostros <strong>de</strong>lgados, trabajados, que quedan medio tapados por la sombra te los gran<strong>de</strong>s cascos, resultan así<br />

más apropiados a las cosas que aquí nos traemos entre manos. Es difícil imaginarse a un lanzador te<br />

granadas con un cerco te barbas parecidas a crines.<br />

A esta hora suelen aparecer los mandos, los oficiales te Estado Mayor y los especialistas. Los artilleros<br />

tienten sus hilos te alambre, señalan puntos <strong>de</strong>l terreno y regulan el tiro; el suboficial médico se fija en las<br />

letrinas; el oficial <strong>de</strong> protección contra los gases examina las máscaras, los cartuchos respiratorios, los<br />

aparatos te oxígeno. Con toda esa gente me veo obligado a entrar en contacto y, si entre ella hay<br />

superiores, me presento y luego los acompaño hasta el límite <strong>de</strong>l sector. Así transcurren volando las horas<br />

te la mañana.<br />

También yo visito con frecuencia a los jefes te las secciones y <strong>de</strong> las compañías vecinas; estamos<br />

unidos en parte por numerosos recuerdos. Como son muchas las bajas que sufrimos, una y otra vez<br />

aparecen rostros nuevos, pero asimismo se presentan viejos conocidos que han estado algún tiempo<br />

heridos y regresan ahora te los hospitales. Con estos últimos me siento enseguida a gusto, aunque nos<br />

encontremos <strong>de</strong>ntro te un bunker Sigfrido y tengamos encima te la cabeza tos palmos <strong>de</strong> tierra. Hemos<br />

estado sentados juntos <strong>de</strong>ntro te viviendas te campesinos te Lorena, hemos bebido juntos en tabernas te<br />

Flan<strong>de</strong>s, hemos pasados juntos unas cuantas horas alegres en un bar <strong>de</strong> Bruselas. Pero no es sólo eso:<br />

también he tenido ocasión te observarlos en lugares don<strong>de</strong> el ser humano no es nata más que aquello que<br />

<strong>de</strong>ntro te sí lleva. Los he visto acurrucados durante largos tías en sus embudos, los he visto en los<br />

momentos extrañamente excitados que prece<strong>de</strong>n al asalto, cuanto ya el mundo danza envuelto en unas<br />

irreales luces rojas. También he visto a muchos te ellos en el momento en que los alcanzaba un proyectil<br />

y era preciso evacuarlos a rastras <strong>de</strong>l campo <strong>de</strong> batalla; y sé que si esa bala certera hubiera puesto fin a sus<br />

vidas, habrían muerto con la dignidad con que hay que morir. No existe prueba mayor que ésta.<br />

Estamos unidos, pues, por los lances vivitos, por los trabajos realizados, por la sangre <strong>de</strong>rramada —<br />

ninguna otra cosa podría unirnos más. Hay entre ellos tipos magníficos; unos son taciturnos, tranquilos;<br />

otros tienen tal aire te superioridad y te finura que parecen tocar con guantes la basura te la trinchera;<br />

otros, en fin, son gente ruta, salvaje, <strong>de</strong> moto que sólo resultan imaginables entre hombres — pero en<br />

todos hay la misma energía viril. Por ello, también las conversaciones son casi siempre sosegadas,<br />

escuetas; para enten<strong>de</strong>rnos necesitamos pocas palabras. Cuanto me paro a pensar en el ambiente en que<br />

me encontraría ahora te no haber estallado la guerra, cuanto me imagino que estaría enca<strong>de</strong>nado a una<br />

profesión, ro<strong>de</strong>ado te trepadores, o pertenecería a un cuerpo te oficiales en tiempo te paz, o a una<br />

asociación estudiantil, o me hallaría ro<strong>de</strong>ado te literatos en un café lleno te humo — creo que al cabo te<br />

seis meses habría echado todo a rodar para marcharme al Congo, o al Brasil, o a cualquier otro lugar en<br />

que esa gente no hubiese estropeado aún la Naturaleza. La Guerra, que tantas cosas nos quita, es generosa<br />

en este aspecto; nos educa para una comunidad masculina y vuelve a situar en el lugar que les<br />

correspon<strong>de</strong> unos valores que estaban semiolvidados.<br />

Entretanto el sol ha ascendido en el cielo y cae ahora vertical sobre la trinchera; <strong>de</strong>ntro te ella hace un<br />

calor asfixiante. Como he andado corriendo te un lato para otro, me siento fatigado y me entran ganas te<br />

volver a mi abrigo. Me he alejado mucho <strong>de</strong> él y regreso orientándome a tientas, atravesando una maraña<br />

<strong>de</strong> zanjas <strong>de</strong> comunicación abiertas a campo traviesa. No resulta nada fácil orientarse en este lugar; hace<br />

falta para ello un sentido que se va adquiriendo poco a poco. Por fin he llegado; bebo el café, ahora frío,<br />

que ha quedado <strong>de</strong> la mañana y con él como un pedazo <strong>de</strong> pan. Luego extiendo una manta en el fondo <strong>de</strong>l<br />

gran embudo situado cerca <strong>de</strong>l abrigo, pues suelo dormir la siesta tomando un baño <strong>de</strong> sol, aunque corro<br />

peligro <strong>de</strong> tener que salir a escape, vestido con un uniforme muy poco reglamentario, en el caso <strong>de</strong> que se<br />

produzca un repentino ataque artillero.<br />

Luego, una vez que ha refrescado un poco, me siento a mi mesa y lo primero que hago es estudiar una<br />

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