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Tempestades de acero

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Ernst Jünger El bosquecillo 125<br />

posiciones, resulta posible únicamente porque ellos tienen una capacidad ofensiva segura <strong>de</strong> su triunfo y<br />

que es varias veces superior a la nuestra. Pocos son los objetivos que aquí se alcanzan con contraataques<br />

aislados.<br />

Me acomodo, pues, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una gran galería subterránea; aún sigue llena <strong>de</strong> los humos sofocantes<br />

producidos por una carga explosiva. Allí garabateo mi informe al jefe <strong>de</strong> las tropas combatientes; quien lo<br />

llevará será Schmidt, que ha sido herido por un casco <strong>de</strong> metralla <strong>de</strong> una granada <strong>de</strong> mano. Más no se<br />

pue<strong>de</strong> hacer; en lo que se refiere a todo lo <strong>de</strong>más, lo único que cabe es aguardar. Si los ingleses se atreven<br />

a lanzar mañana temprano un segundo ataque —cosa posible—, tal vez podamos <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rnos todavía;<br />

pero seremos como una isla batida por todos los lados. Según las circunstancias, podremos resistir dos,<br />

tres días, hasta que se evapore el agua <strong>de</strong> refrigeración <strong>de</strong> las ametralladoras, se agoten las municiones, y<br />

la trinchera sea arrasada y reducida a pedazos por los lanzaminas y cañones emplazados a nuestro<br />

alre<strong>de</strong>dor. Esto es algo que ha ocurrido ya varias veces; no es una perspectiva agradable, pero es menester<br />

prepararse para ella. Cuando en otros tiempos leíamos relatos acerca <strong>de</strong> asedios y resistencias hasta el<br />

último hombre, imaginábamos cosas muy diferentes <strong>de</strong> lo que estamos viviendo. Pero en el fondo es lo<br />

mismo, sólo que aquí los acontecimientos no resultan tan brillantes, sino que transcurren con mucha<br />

lentitud, en soledad, y nadie cantará luego nuestras hazañas, pues nadie podrá contar estos últimos y<br />

supremos esfuerzos que aquí se realizan antes <strong>de</strong> que la Muerte plante su estandarte en este revuelto y<br />

machacado trocito <strong>de</strong> trinchera en que nos encontramos. Al pensar en esto nos inva<strong>de</strong> a veces un<br />

escalofrío.<br />

Por el momento lo mejor es fumarse una pipita. La acerco a una vela que en una cavidad <strong>de</strong> la pared ha<br />

encendido el previsor Schüd<strong>de</strong>kopf; ha permanecido siempre <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí, como si fuera mi sombra,<br />

mientras han durado los acontecimientos que acabo <strong>de</strong> relatar. El tabaco me lo facilita uno <strong>de</strong> los ingleses<br />

que nos hacen compañía y que conservan la misma postura que tenían cuando los fulminó la carga<br />

explosiva. La chapa que lleva en su gorra es <strong>de</strong> un regimiento colonial; y como unos pocos pasos más allá<br />

hay cadáveres <strong>de</strong> los «Otago-Rifles», está claro que nos enfrentamos a unas fuerzas llenas <strong>de</strong> coraje.<br />

Buena cosa sería po<strong>de</strong>r dormir un par <strong>de</strong> horas, mas no cabe pensar en ello, a pesar <strong>de</strong> que me encuentro<br />

en un estado <strong>de</strong> extenuación. También cuando, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un combate, permanece uno largo tiempo en<br />

alojamientos cómodos, ocurre que la completa tranquilidad <strong>de</strong>l sueño no reaparece hasta pasadas algunas<br />

semanas.<br />

Lo único que queda es, pues, tumbarse en el suelo con la pipa en la boca y mirar fijamente el techo. A<br />

mi alre<strong>de</strong>dor están tumbados también los <strong>de</strong>más camaradas; se hallan en los mismos sitios en que se<br />

<strong>de</strong>jaron caer y aguardan a que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la parte <strong>de</strong> arriba llegue la llamada anunciadora <strong>de</strong>l relevo. Se han<br />

envuelto en sus capotes y <strong>de</strong>scansan inmóviles, con el casco en la cabeza. Sólo los ojos <strong>de</strong>latan que aún<br />

queda vida en ellos. Esta subterránea madriguera iluminada por luces trémulas provoca en nosotros una<br />

sensación <strong>de</strong> soledad extrema. Dentro <strong>de</strong> este angosto espacio, en el que el tiempo no pasa y en el que<br />

caen como en un sueño profundo los ruidos y martillazos <strong>de</strong> las armas que hacen fuego, se ha instalado la<br />

parálisis <strong>de</strong> una embriaguez mortal. Pesados como el plomo, los cuerpos reposan en el fondo, y los<br />

pensamientos, que parecen no tener ya ninguna vinculación con esos cuerpos, juguetean en la superficie<br />

cual peces brillantes. El Gran Cansancio se manifiesta en la sensación <strong>de</strong> que no es uno mismo el que está<br />

ahí y en la asombrosa obviedad <strong>de</strong> esa sensación. ¿En qué piensa uno en esos momentos? Propiamente<br />

casi no piensa, ya que los pensamientos, que son <strong>de</strong> una extrañeza prodigiosa, parecen llegar <strong>de</strong> fuera y se<br />

<strong>de</strong>dican a jugar con la fatigada voluntad, como moscas que revolotean en torno a un cuerpo muerto. Pero<br />

uno no olvidará la expresión <strong>de</strong> los ojos que, fijos y pensativos, reposan <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> sus órbitas por encima<br />

<strong>de</strong> los pómulos salientes.<br />

Una vez más aumentan <strong>de</strong> súbito los ruidos <strong>de</strong> fuera; esto nos obliga a salir precipitadamente con las<br />

armas en la mano. A la luz in<strong>de</strong>cisa <strong>de</strong>l amanecer han realizado los ingleses un ataque contra nuestra<br />

barricada, que ha sido rechazado. Las blancas nubes <strong>de</strong> vapor <strong>de</strong> las granadas <strong>de</strong> mano se ciernen todavía<br />

sobre el tramo <strong>de</strong> trinchera no ocupado, por encima <strong>de</strong>l cual se entrecruzan las ráfagas <strong>de</strong> las<br />

ametralladoras. Inmóviles, los apuntadores están inclinados sobre sus tableteantes armas; inmediatamente<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l pequeño pliegue <strong>de</strong>l terreno yace muerto un centinela; su uniforme está <strong>de</strong>sgarrado por los<br />

cascos <strong>de</strong> metralla. Es la imagen habitual <strong>de</strong> las luchas <strong>de</strong> barricadas; a veces dura varios días, siempre<br />

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