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Tempestades de acero

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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />

<strong>de</strong> combate. Sus jefes habían muerto; por propio impulso estaban en el lugar que les correspondía.<br />

Nos organizamos para pasar la noche <strong>de</strong> tal manera que también durante ella pudiéramos <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rnos.<br />

A mi lado coloqué mi pistola y una docena <strong>de</strong> «huevos <strong>de</strong> pato» ingleses; con aquel armamento me sentía<br />

capaz <strong>de</strong> hacer frente a cualquier intruso, aunque fuese un escocés <strong>de</strong> cabeza durísima.<br />

En aquel momento se oyeron <strong>de</strong> nuevo, por la <strong>de</strong>recha, estampidos <strong>de</strong> granadas <strong>de</strong> mano; por la<br />

izquierda se elevaron bengalas alemanas. De las tinieblas nos trajo el viento un ¡hurra! débil, gritado por<br />

muchas voces. Aquello actuó como un <strong>de</strong>tonador.<br />

—¡Los tenemos cercados, los tenemos cercados!<br />

En uno <strong>de</strong> esos instantes <strong>de</strong> entusiasmo que antece<strong>de</strong>n a las gran<strong>de</strong>s hazañas, todos los hombres<br />

empuñaron sus fusiles y se lanzaron hacia a<strong>de</strong>lante por la trinchera. Tras un breve intercambio <strong>de</strong><br />

granadas <strong>de</strong> mano, una unidad <strong>de</strong> escoceses echó a correr hacia la carretera. Nos era imposible<br />

contenernos. Oímos gritos <strong>de</strong> advertencia:<br />

—¡Cuidado, la ametralladora <strong>de</strong> la izquierda sigue disparando!<br />

A pesar <strong>de</strong> ello saltamos fuera <strong>de</strong> la trinchera y en un santiamén alcanzamos la carretera, que estaba<br />

abarrotada <strong>de</strong> escoceses azorados. Evitaron la terrible colisión, pero, al huir, tropezaron en su propia<br />

alambrada. Se pararon <strong>de</strong>sconcertados y luego echaron a correr a lo largo <strong>de</strong> ella. En medio <strong>de</strong> un ¡hurra!<br />

estruendoso, y batidos por un <strong>de</strong>nso fuego, se vieron forzados a empren<strong>de</strong>r una carrera mortal. En aquel<br />

momento llegó también el pequeño Schultz con sus ametralladoras.<br />

La carretera ofrecía un aspecto apocalíptico. La Muerte recogió una cosecha abundante. El grito <strong>de</strong><br />

guerra, que resonaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos, el <strong>de</strong>nso fuego <strong>de</strong> las armas cortas, la sorda violencia <strong>de</strong> las granadas <strong>de</strong><br />

mano daban alas a los atacantes y paralizaban a los <strong>de</strong>fensores. Durante aquella larga jornada la lucha<br />

había ardido como un fuego sin llamas; ahora el viento la atizaba. Nuestra superioridad aumentaba a cada<br />

segundo que pasaba, pues la unidad <strong>de</strong> choque, que se había estirado a consecuencia <strong>de</strong> la carrera, iba<br />

seguida <strong>de</strong> una ancha cuña, constituida por los refuerzos.<br />

Al llegar a la carretera miré hacia abajo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el escarpado talud. La posición escocesa corría por la<br />

cuneta <strong>de</strong>l otro lado, que había sido cavada para darle mayor profundidad; quedaba, pues, por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong><br />

don<strong>de</strong> estábamos. En estos primeros segundos, sin embargo, nuestra atención fue distraída <strong>de</strong> ella; la<br />

visión <strong>de</strong> los escoceses que precipitadamente corrían a lo largo <strong>de</strong> su alambrada borró todos los <strong>de</strong>más<br />

<strong>de</strong>talles. Nos echamos a tierra en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l talud y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allá arriba abrimos fuego. Fue uno <strong>de</strong> los<br />

raros momentos en que conseguimos tener a nuestro adversario entre la espada y la pared; sentíamos un<br />

ardiente <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> multiplicarnos.<br />

Mientras lanzaba maldiciones, pues se me había encasquillado el arma y no podía disparar, noté que<br />

alguien me golpeaba con violencia en los hombros. Me di la vuelta y vi el rostro <strong>de</strong>scompuesto <strong>de</strong>l<br />

pequeño Schultz.<br />

—¡Allí siguen disparando todavía esos malditos cerdos!<br />

Seguí el movimiento <strong>de</strong> su mano y sólo entonces divisé, en la maraña <strong>de</strong> trincheras <strong>de</strong> la que nos<br />

separaba la carretera, varias figuras humanas entregadas a una actividad febril; unas cargaban los fusiles y<br />

otras se los llevaban a la cara. Por la <strong>de</strong>recha llegaban ya volando nuestras primeras granadas <strong>de</strong> mano,<br />

que lanzaron por los aires el tronco <strong>de</strong> un escocés.<br />

La razón or<strong>de</strong>naba quedarse en el sitio don<strong>de</strong> estábamos y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí poner fuera <strong>de</strong> combate al<br />

adversario. Este ofrecía un blanco fácil. En vez <strong>de</strong> hacer eso, tiré mi fusil y con los puños cerrados me<br />

precipité hacia a<strong>de</strong>lante, quedando en medio <strong>de</strong> ambos bandos. Por <strong>de</strong>sgracia llevaba puesto todavía el<br />

capote inglés y también mi gorra <strong>de</strong> campaña, con su cinta roja. ¡Me encontraba, pues, en el lado enemigo<br />

y llevaba a<strong>de</strong>más un atuendo enemigo! En plena borrachera <strong>de</strong> victoria noté un golpe seco en el lado<br />

izquierdo <strong>de</strong>l pecho; todo se oscureció a mi alre<strong>de</strong>dor. ¡Acabado!<br />

Creí que había sido alcanzado en el pecho, pero, mientras aguardaba a la Muerte, no sentía ni dolor ni<br />

miedo. Al caer vi los blancos, lisos guijarros en el barro <strong>de</strong> la carretera; la forma en que se hallaban<br />

colocados estaba llena <strong>de</strong> sentido, era necesaria como la or<strong>de</strong>nación <strong>de</strong> los astros y anunciaba gran<strong>de</strong>s<br />

misterios. Aquello me resultaba familiar y era más importante que la matanza que me ro<strong>de</strong>aba. Caí al<br />

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