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<strong>Los</strong> toros josefinos<br />
corrida, que dieron un total de 246 arrobas y 23 libras carniceras, fue destinada al<br />
consumo de las tropas francesas acuarteladas en el Buen Retiro (el valor de esta<br />
carne, 16.543 reales, también fue pagado por la Villa de Madrid) (17).<br />
Pero antes de esta corrida, tan sólo unos días antes, se había producido la heroica<br />
batalla de Bailén con la derrota francesa. José I pareció no inmutarse por ello y quizá<br />
para celebrarlo se fue con su gente a los toros. Claro que, luego tuvo que salir<br />
corriendo abandonando Madrid a toda prisa, para establecer su corte en Vitoria, el<br />
día 30de julio. La corrida prevista para el día 30, lógicamente, no se celebró; pero<br />
quizá para despistar, la Gaceta publicó dos avisos al estilo de los napoleónicos<br />
canards, diciendo que “la función de toros anunciada para el sábado 30 se executará<br />
el lunes 1º de agosto”; y otro anuncio posterior decía: “La función de toros anunciada<br />
para mañana lunes 1º de agosto, se ha suspendido por causa del jubileo para el<br />
jueves 4 del mismo”. En ambos casos la Imprenta Ybarra tiró carteles de las corridas<br />
como si tal cosa. La función nunca se celebró, produciéndose un temporal vacío taurino<br />
en la Corte hasta el mes de agosto, en cuyos días 26 y 29 volvieron a celebrarse<br />
corridas extraordinarias, esta vez con motivo de la proclamación de Fernando VII.<br />
Vamos a aprovechar este ínterin para, con excusa de los hechos de Bailén, husmear<br />
un poco en la campaña de Andalucía. En esta campaña pesó, sobre todas las<br />
cosas, la toma y saqueo de Córdoba que, con su extraordinaria barbarie, influyó<br />
muy mucho en el posterior resultado de la batalla de Bailén. De este saqueo, que no<br />
hace ahora demasiado al caso, resulta impresionante leer, en los relatos de un simple<br />
soldado suizo llamado Heidegger, los vandálicos desmanes y la rapiña a que<br />
durante cuatro días y cuatro noches se entregó el ejército francés arrojando a las<br />
calles verdaderas montañas de oro y plata que superaban los alijos en más de su propio<br />
peso individual. Cuando Dupont y sus tropas abandonaban Córdoba sus movimientos<br />
eran excesivamente lentos porque “un considerable número de carruajes<br />
acompañaba a la columna. Se calcula que serían cerca de ochocientos”. Y un sargento<br />
gabacho llamado Gille anotó: “<strong>Los</strong> furgones de los generales revientan por el<br />
peso de los vasos sagrados... oficiales y soldados van cubiertos de oro y de despojos”.<br />
El odio y los deseos de venganza de aquellos andaluces alcanzaron límites salvajes,<br />
que harían vomitar a las peores alimañas, sentimientos que manifestaron<br />
sobre todo después del triunfo de Bailén reforzando y encendiendo el fuego de la<br />
más execrable y lógica venganza.<br />
Pero nosotros queremos llegar aquí, porque así lo exige el guión de este ensayo,<br />
más taurino que castrense, a la participación de los toreros, bélica o artísticamente<br />
profesional, en la guerra de la Independencia. Por ello se nos disculpará el paso casi<br />
de puntillas por aspectos puramente militares que, por otra parte, son muy atracti-<br />
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