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<strong>Los</strong> toros josefinos<br />
Como puede verse, el regocijo de los organizadores al ver a su rey complacido les<br />
lleva a consultarle hasta los más mínimos detalles, incluso sobre las misas que han<br />
de celebrarse con las corridas. Comienza una nueva carrera, esta vez religiosa, entre<br />
el Sr. Ministro de Cultos, el Comisario General de la Cruzada y las parroquias de San<br />
Luis y de Santo Tomás; en todo ello preocupa mucho el importe de las limosnas por<br />
esas misas y quién lo ha de pagar -en un principio “S. M. mismo dará la limosna de<br />
las dos Misas que, siendo de un doblón cada una, podrá salir el año en toda la temporada<br />
de toros a dos mil reales”-, por lo que en un oficio del Corregidor se contesta:<br />
“El Rey Nuestro Señor, se ha servido resolver que en los domingos de cada semana<br />
haya dos corridas de toros, una por la mañana y otra por la tarde; y para evitar que<br />
algunas personas de las que concurran a la primera se queden sin Misa, ha resuelto<br />
igualmente S. M. que en las iglesias de San Luis y Santo Tomás se diga una Misa a<br />
las dos de la tarde, cuya limosna ha de satisfacerse por la Municipalidad...” Intervino<br />
también en ello el Ministerio del Interior y hasta se apeló “a las facultades que me<br />
están deputadas por la Santa Sede”, para ordenar las misas de dos, al Sr. Ministro de<br />
Negocios Eclesásticos, que también lo había. El rey contestó que sí a todo y en lo<br />
referente a las limosnas claramente dijo que las pagara la Municipalidad, la que<br />
inmediatamente decretó: “se señala la limosna de cuarenta reales a cada sacerdote<br />
que celebre la Misa; los que deberán pagarse de los productos de los toros”.<br />
Pero no fue este el final del extraño y desmesurado contencioso, y el cruce de apelaciones,<br />
decretos, conformidades, disconformidades, la inclusión de otras iglesias<br />
como la del Real Pósito y los Comisarios de Toros, embrollaron más el asunto que<br />
por poco sí da al traste con los taurinos festejos que, parece ser, se apoyaban en la<br />
relación toros-religión como la más demagógica medida de agrado popular, a criterio<br />
del rey intruso y de su Corte. Aún más, hay un último oficio del Sr. Cura Párroco<br />
de la iglesia de San José, también inplicada en este embrollo eucarístico que, en previsión<br />
de abusos a la hora de asistir los celebrantes de misas a los toros, con mucho<br />
celo -y muchos “celos”- dice: “Enterado de la vuestra de 29 del presente, no obstante<br />
poder haber sido más inadvertencia que malicia cuanto V. SS. previenen, he<br />
vuelto a insinuar vayan sólo dos Ministros por parte de la Iglesia, y que con este<br />
miramiento no admitan a otra persona en el palco de los toros”. El lío de las misas<br />
se prolongó hasta el infinito burocrático más inimaginable y por un momento pareció<br />
ser obstáculo insalvable para posibilitar la celebración de las fiestas de toros.<br />
Con tales antecedentes y empero estos escollos, acordó la Municipalidad -para<br />
seguir dando gusto a Su Majestad y al pueblo- que se tuviese la segunda corrida el<br />
domingo 1 de julio, por mañana y tarde; que no se usase billetaje en evitación de<br />
todos los incidentes que se produjeron en el festejo anterior, volviendo al viejo sistema<br />
de la cobranza por los bolseros a las puertas, como antiguamente; que, tenien-<br />
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