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CAPÍTULO III:<br />

JOSÉ I Y MADRID<br />

<strong>Los</strong> siglos no terminan exactamente con arreglo a la cronología del calendario.<br />

<strong>Los</strong> vaivenes sociales, los altibajos económicos y los movimientos culturales de una<br />

centuria no finiquitan el 31 de diciembre del año finisecular sino que sus influencias<br />

y consecuencias suelen adentrarse al menos una década en la siguiente. Bien<br />

puede asegurarse que el período que nos ocupa, el del reinado de Bonaparte, a pesar<br />

de la pretendida modernidad del nuevo régimen napoleónico, fue una prolongación<br />

dieciochesca de aquella época goyesca que el advenimiento de un nuevo siglo no<br />

alteró significativamente. España seguía anclada en el siglo de los chisperos y parecía<br />

feliz en sus limitaciones y en sus infortunios soportando, como casi siempre, a<br />

sus gobernantes y en especial al omnímodo Godoy cuya dictadura caía en cascada<br />

y a borbotones desde las alturas hasta el más bajo fondo del pueblo. Un pueblo que<br />

todavía añoraba al rey Carlos III a pesar de sus ministros ilustrados, Aranda y<br />

Floridablanca, tan poco “populares” ellos y tan antitaurinos, por aquello de que ilustración<br />

y pueblo nunca en España fueron muy hermanados.<br />

Si hacemos caso al censo de Godoy de 1797 -luego el rey intruso mandó hacer<br />

otro- puesto en duda por sociólogos e historiadores posteriores, la población de<br />

España en aquel momento era de 10.541.221 habitantes de los que 156.672 vivían<br />

en Madrid; era una población fundamentalmente rural con una mentalidad agraria<br />

en la que el analfabetismo era una verdadera lacra muy generalizada. La sociedad,<br />

jerarquizada en los tres estamentos clásicos integrados por la nobleza (unas 4<strong>00</strong>.<strong>00</strong>0<br />

personas), el clero (168.<strong>00</strong>0 almas) y el pueblo llano, se vertebraba en grandes<br />

regiones que a través de sus ciudades capitales y al amparo de la Corona bajo la<br />

figura paternal, elevada y simbólica, intocable y sacrosanta del rey, configuraban la<br />

monarquía y el reino de España -de las Españas- y de las Indias.<br />

Grandes crisis de abastecimientos azotaban al país desde 1790 fruto de las malas<br />

cosechas, meteorologías adversas, guerras -que nunca faltaban- y depresión económica,<br />

hasta llegar al cúlmen de 1811-1812, los años del hambre; alguien escribió<br />

que en aquella época familias enteras llevaban sellado en su semblante la miseria.<br />

Y la tierra, principal fuente de riqueza nacional -además de una mediocre industria<br />

manufacturera y un comercio de ultramar todavía boyante-, se la repartía en grandes<br />

latifundios apenas un 6% de la población compuesto por la nobleza y el clero.<br />

También hay que reconocer en desagravio comparativo que este espectro social de<br />

España no era muy diferente del de otros países de la vieja Europa e incluso algu-<br />

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