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136<br />
Enrique Asín Cormán<br />
El autor de El sí de las niñas tenía muy buenas amistades en el mundillo del toro<br />
y ello a pesar de que su condición de afrancesado le cerró muchos corazones y<br />
muchas puertas, pese a lo cual se desenvolvía maravillosamente en la Corte y en los<br />
círculos sociales. Uno de sus más grandes amigos era el ganadero Pedro Laso<br />
Rodríguez, de Colmenar Viejo, que le quería a pesar de todo y cuya casa siempre<br />
estaba abierta para él y para sus “amigos”. Tenía Laso organizada una tienta a<br />
campo abierto, operación campera entonces muy habitual para examinar y medir,<br />
en su medio natural, la bravura de las reses y con ello llevar a cabo la labor de selección,<br />
tan esencial en la formación y desarrollo de una ganadería brava. A estas labores<br />
ganaderas siempre acudían algunos invitados, toreros y aficionados, terminándose<br />
la jornada campera con alguna pequeña fiesta donde el vino corría abundante<br />
en el cuerpo y los rasgueos de una guitarra se dejaban sentir en el alma.<br />
Sabedor Moratín de la gran ilusión que en el ánimo del rey “gabacho” produciría<br />
la sorpresa, le organizó una excursión a la colmenareña ganadería donde el egregio<br />
invitado podría contemplar al toro bravo en todo su esplendor y naturaleza. Claro<br />
que, eso sí, allí había que ir vestido... pues muy campero. No se amilanó José I lo<br />
más mínimo por esta recomendación indumentaria, viendo en ella una ocasión de oro<br />
para vestirse, justificadamente, de “español”. Y, vaya si lo consiguió. Quien se llevó<br />
también una sorpresa mayúscula, e incluso un gran disgusto, fue Pedro Laso, el ganadero,<br />
que, castellano viejo y patriota hasta la médula, no salía de su asombro al saber<br />
que el “intruso” Bonaparte iba a poner los pies en su finca; de aquel baldón –pensaba-<br />
no se limpiaría nunca y su nombre y su casa serían deshonrados para siempre.<br />
Hasta tuvo que apaciguar a los criados, mayorales y vaqueros que querían planear el<br />
asesinato del rey tan pronto asomara la nariz por las dehesas de la casa. Moratín serenó<br />
los ánimos y calmó los malos vientos de odio y venganza dominantes en aquella<br />
atmósfera patriótica, a fin de que la fiesta transcurriera en paz.<br />
No era José I, precisamente, un consumado jinete sino que, en lo general de la época,<br />
tan sólo se bastaba para sostenerse a caballo con la mayor dignidad propia de su persona<br />
y condición, sin mayores alardes hípicos; el sport distaba mucho de sus reales aficiones.<br />
Y, además, lo poco o mucho que cabalgar supiera respondía a los cánones de la<br />
exquisita equitación francesa tan distinta de la española y más aún de la monta vaquera.<br />
Se le preparó un caballo de los de arnés y raza españoles, preciosos de ver en acción,<br />
pero sin duda incómodos para quien no está hecho a su silla, un hermoso morcillo,<br />
domado y dócil, lujosamente arrendado a la jerezana, con muy buen paso español y<br />
muy brioso en las comprometidas arrancadas; un caballo muy “torero”.<br />
La mañana era como hecha de encargo, una de esas mañanas de tardía primavera<br />
luminosas y radiantes que en Castilla lucen con singular inmensidad azul; un añil