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<strong>Los</strong> toros josefinos<br />

madrileño recibe una oferta muy oportuna, suscrita por los señores Pedro Díaz y<br />

Gabriel Caballero, vecinos de la Corte, que se comprometen a organizar cuatro fiestas<br />

de novillos a beneficio de los Hospitales Generales, en unas condiciones ventajosas<br />

para las dos partes, a comenzar el próximo día 14 del mismo mes. No hay<br />

tiempo que perder. A los pocos días se decide la cesión y comienzan los festejos el<br />

21 de febrero para continuar los días 7 y 14 de marzo, y el 4 de abril de 1813. <strong>Los</strong><br />

productos son bastante exiguos, sobre todo en las dos últimas novilladas que arrojan<br />

pérdidas, y aun sale airosa la empresa que logra repartir 4.066,11 reales para<br />

cada parte. Hay que tener en cuenta, además del ambiente bélico, las condiciones<br />

climatológicas que el frío reinante, extremo y duro, obligó incluso a suspender una<br />

de las corridas, inhibiendo la asistencia del público a la plaza. Y algún incidente<br />

grave debió ocurrir en la primera de las funciones porque se habla de “rebajar la<br />

multa 660 reales de vellón...”, sin que sepamos su motivo.<br />

En Madrid, a la salida de José I el día 17 de marzo de 1813, quedó al mando de las<br />

tropas el general Hugo que asistió a estas corridas actuando en la última como presidente<br />

de honor en funciones de S.M. el rey intruso. Con él, junto a su madre y a sus<br />

otros hermanos, el mayor paje del rey, en la casa del príncipe Masserano, estaba<br />

Víctor Hugo, el hijo menor. Su padre, el general, “trató a los habitantes con cierta consideración<br />

y miramiento, como aquel que, despedido, procuraba dejar en los ánimos<br />

recuerdos menos desagradables de la dominación extranjera. Pero esto no impidió<br />

para que, llamado él a su vez, y tocándole ser el último en evacuar la capital del Reino,<br />

desempeñara la triste y poco honrosa misión de llevar consigo, o delante de sí, los<br />

muchos y preciosos objetos científicos, artísticos e históricos arrancados por la codicia<br />

del invasor de los templos, los palacios, los museos y los archivos de Madrid, de<br />

Toledo, de El Escorial, de Simancas y de otros pueblos de la Nueva y Vieja Castilla,<br />

como antes lo había hecho en las Andalucías...”; Modesto Lafuente dixit.<br />

Las marcha de José I hacia Valladolid -que nunca llegó a ser corte de Bonaparte sino<br />

una especie de Capitanía General- fue un lento caminar de un inmenso convoy, una<br />

inverosímil hilera de vehículos que parece que transportan a España entera, en un tren<br />

interminable que contiene de todo: efectos personales, alijos del botín de guerra, papeles<br />

de los Ministerios, archivos enteros del Estado, el Tesoro Público y productos de<br />

los cinco años de saqueo, rapiña y pillaje. Y las más excelsas obras de arte...<br />

El leopardo inglés, agazapado, pronto vio su ocasión de atacar su presa. El 15 de<br />

mayo se puso en marcha el ejército de Wellington y, tras cruzar el Duero, Alba de<br />

Tormes, Salamanca y Zamora, el 13 de junio llegó a Burgos. Tomado también<br />

Santander con la ayuda de la marina británica, se abrió la puerta del mar permitiendo<br />

un fácil aprovisionamiento. El ejército anglo-español se iba engrosando con la<br />

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