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CAPÍTULO XII:<br />
LA TOURNÉE ANDALUZA DE JOSÉ I<br />
“O soy rey como debe serlo el hermano y el amigo de V. M., o me volveré<br />
a Mortefontaine sin ambicionar más que la dicha de vivir humildemente y<br />
morir con la satisfacción de tener tranquilidad de conciencia...”<br />
Así se queja José I a Napoleón por su poca confianza en él depositada, que ni<br />
siquiera le permite nombrar gobernadores y que los presuntos colaboradores que le<br />
rodean no hacen sino sonrojarle ante sus súbditos. A buen seguro, en otras circunstancias<br />
y en otro tiempo, José Bonaparte hubiera sido un buen rey constitucional,<br />
mas no así y con la sombra nefasta del águila imperial -y la de los “buitres” espías<br />
y observadores que su hermano le había puesto- sobrevolando a todas horas su<br />
cabeza y su conducta- : “Si vos no pensáis como yo, mi insegura corona está a vuestra<br />
disposición, Sire”.<br />
No pensaba Napoleón, desde luego, como él, pero eso era lo de menos; lo importante<br />
de José para su hermano era su manejabilidad y, por ende, la del reino de España.<br />
Y José I no sólo pensaba en toros -que le gustaban y mucho- sino en otros animales<br />
que suponían riqueza, alimento y trabajo. La situación agraria de España, lamentable,<br />
preocupaba sobremanera al rey José que, viendo las penurias de las tierras del Norte<br />
y de Castilla en las que hasta el ganado de tiro y arado había tenido que ser sacrificado<br />
para paliar el hambre, en aras de la propia agricultura que quedaba en el abandono,<br />
pidió a su hermano la introducción de bueyes franceses en España, tan abundantes<br />
en el Midi. Nadie le oyó. Y viendo que el emperador, por no se sabe muy bien qué<br />
especiales razones, había prohibido la introducción en el imperio de lanas extranjeras,<br />
le pidió que revocara tan improcedente e inoportuna disposición porque “al llegar la<br />
época del esquileo habrá que quemar las lanas de España”.<br />
En aquella campera excursión taurina a la ganadería brava de Colmenar Viejo, se<br />
encontró José I con una manada de ocho mil carneros, custodiada por soldados del<br />
primer cuerpo de ejército convertidos en pastores. Al llegar a Palacio pudo comprobar,<br />
sin poder hacer nada por evitarlo, que aquel rebaño era para provecho y<br />
beneficio de sus propios generales. Por el compilador de la correspondencia de<br />
José Bonaparte, el general Du Casse, sabemos que otro general francés se llevó a<br />
Francia seis mil carneros adquiridos por derecho de conquista. Y aún pudo José<br />
presenciar y ver con sus reales ojos que el mismo Napoleón se apropió de otros<br />
veinte mil carneros confiscados al duque del Infantado, que fueron llevados a<br />
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