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<strong>Los</strong> toros josefinos<br />
gran influencia en todo el desarrollo taurino posterior a 1811, y tuvo mucho que ver<br />
en la conformación de uno de los entronques ganaderos de bravo más importantes<br />
del siglo XIX y, por ende, de la cabaña brava actual.<br />
El suceso familiar a que antes hacíamos referencia en torno a José I, no era otro<br />
que el nacimiento de un sobrinito suyo: “Hermano mío: Me apresuro a anunciar a V.<br />
M. que la Emperatriz, mi muy cara esposa, acaba de dar felizmente a luz a un príncipe<br />
que por su nacimiento ha recibido el título de Rey de Roma... Esta tarde, a las<br />
siete, el príncipe será “ondoyé” (bautizado sin las ceremonias de la Iglesia). Teniendo<br />
el proyecto de bautizarlo dentro de seis semanas... rogándoos seais el padrino de<br />
vuestro sobrino”. Como agua de mayo -más bien de marzo- vino a caer el feliz mensaje<br />
en manos de José que no veía la hora ni encontraba la excusa para ir a París. El<br />
primogénito del águila imperial -el “aguilucho”-, era el mejor pretexto.<br />
A Madrid llegó la imperial noticia el 29 de marzo de 1811 que se patentizó con<br />
una salva de honores de ciento un cañonazos -ciento un disparos al centro del corazón<br />
del pueblo- y un montón de festejos populares entre los que, naturalmente, no<br />
podían faltar los toros. Recepción real, fuegos de artificio, mojigangas, bailes, -todo<br />
de muy mala gana-, desfile militar por el Prado, colgadura y engalanamiento de<br />
fachadas, y el consabido Te Deum tan hipócrita como todos los demás, cantado por<br />
los mismos que lo entonaron con Carlos IV, con Godoy y Fernando VII...<br />
El pobre “aguilucho”, muerto a los casi 21 años por tuberculosa herencia, sólo fue<br />
un sueño para su imperial padre y para toda la Francia bonapartista, y un juguete en<br />
manos del habilidosísimo Metternich.<br />
José I, tras su onomástica celebración, se puso en cama víctima de su crisis reumática<br />
y todavía el 2 de abril escribía desde el lecho mostrando su preocupación por<br />
la imposibilidad de viajar. Pero se sobrepuso a la enfermedad y viajó, poniéndose<br />
en camino el 23 de abril: “Mi actual viaje a París no tiene otro objetivo que conferenciar<br />
con el Emperador, mi hermano, acerca de la felicidad de España”. Al llegar<br />
a Dax, su primo Berthier le hizo llegar la prohibición del Sire de abandonar España.<br />
Desoyéndola, José I se lo jugó a una carta y aceleró la marcha entrando en París el<br />
15 de mayo. “Me siento mejor desde que he salido de Madrid y me encuentro lejos<br />
de aquel espectáculo de miseria que he tenido delante de los ojos”.<br />
No fue recibido por Napoleón y marchó a Mortefontaine donde estuvo muchos<br />
días en compañía de su mujer y de sus hijas, días felices lejos de la pesadilla de la<br />
corte de Madrid. Desde allí insistió sin parar en sus reivindicaciones a su imperial<br />
hermano que daba la callada por respuesta. Andaba en ese tiempo Napoleón enoja-<br />
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