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Josefinos.qxd:00 Libro Sanidad.qxd - Asociación Cultural Los Sitios ...

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<strong>Los</strong> toros josefinos<br />

nir sin saber bailar... En todos los rincones del jardín había guitarras... Había<br />

tratado yo de hacerles pasar algunas horas en la biblioteca; pero en esto no<br />

conseguí grandes éxitos, aunque el bibliotecario Feroc, y yo, probásemos<br />

todos los medios que se nos ocurrieran para retenerlos allí. Habiendo fracasado<br />

por el solo interés de los libros, empleamos la belleza de las ediciones; después<br />

las obras que contenían grabados; llegamos incluso a las imágenes... <strong>Los</strong><br />

príncipes me testimoniaban el agradecimiento que experimentaban. Me<br />

acuerdo con emoción de la pena que sintieron cuando, por una carta de<br />

Napoleón... tuve que ausentarme unos días...<br />

Magnífico este retrato de familia y costumbres de la vida de los tres príncipes cautivos<br />

de Valençay; por cierto que no podemos pasar por alto aquí, en somera relación,<br />

la rocambolesca conjuración inglesa para rescatar a Fernando VII de su prisión.<br />

Un personaje, un aventurero que se hacía llamar el “Barón de Colli”, y que<br />

realmente se llamaba Collington, se introdujo en Valençay con el pretexto -¡menudo<br />

pretexto!- de vender objetos de arte a Fernando VII ; debía entregarle un mensaje<br />

del monarca inglés, Jorge III, que llevaba oculto en la caña del bastón, así como<br />

otros dos cosidos en las entretelas del vestido. En todo ello se contenía un ambicioso<br />

plan de rescate del príncipe español con un refrendo económico ilimitado y el<br />

apoyo de una pequeña flota compuesta por cuatro navíos y víveres para cinco<br />

meses. El tal Colli fue interceptado, detenido y llevado a París donde... desapareció.<br />

El plan de rescate fue abortado, pero lo más curioso es que fue, precisamente,<br />

Fernando VII quien delató a Colli directamente a su agregado personal, Monsieur<br />

de Berthemy. Sin comentario.<br />

Decíamos atrás que José I gustaba de las campestres excursiones por los alrededores<br />

madrileños en una acción más de buena voluntad por granjearse simpatías<br />

populares, por dejarse ver y porque, en el fondo, amaba la naturaleza, el sol y el aire<br />

libre. Y hemos visto –y aún lo veremos más- que el “intruso” disfrutaba de lo lindo<br />

en las fiestas de toros de las que había quedado casi ayuno por la estrepitosa huida<br />

tras lo de Bailén. Para matar el gusanillo de su -¿afición?- curiosidad taurina, su<br />

amigo Moratín, que le instruía en la difícil asignatura de Tauromaquia, le organizaba<br />

tertulias palaciegas con algún viejo torero y aficionados de fuste –el propio Goya<br />

fue un “especial” contertulio- a los que no amargaba la cáscara “josefina”, y visitas<br />

ganaderas a las vacadas de bravo más prestigiosas vecinas de Madrid. El rey se desvivía<br />

por estas fiestas camperas máxime cuando ahora no podía haber toros en la<br />

corte en razón de la guerra y porque la Plaza de la Puerta de Alcalá estaba muy maltrecha<br />

por las bombas de la escaramuza de Napoleón para rendir la capital y, además,<br />

se estaba utilizando como campo de concentración de prisioneros y almacén<br />

de víveres y municiones.<br />

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