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CAPÍTULO VII:<br />

LLEGAN LOS FRANCESES.<br />

HOSPITALIDAD Y AGASAJO QUE NO FALTEN.<br />

Un buen día -un mal día- los altos plumeros de los chacós de la caballería francesa<br />

hicieron su aparición por encima de las nevadas cumbres pirenaicas por las que<br />

sobrevolaba, majestuosa, el águila imperial napoleónica. Sus intenciones, avaladas<br />

por el Tratado de Fontainebleau -aunque resulte sospechosa la excesiva cifra de<br />

efectivos, que supera el triple de lo pactado-, son amistosas y el pueblo español,<br />

confiado y dócil, las recibe con sinceras muestras de afecto y hospitalidad, en un<br />

principio: “Acudían gentes desde veinticinco leguas a la redonda para ver a nuestras<br />

tropas. En las ciudades y en las aldeas, las calles no bastaban para contener a<br />

las mujeres. Nuestra marcha parecía una fiesta para los españoles y un triunfo para<br />

nuestros hombres. ¡Qué contraste entre aquella disposición y el odio, el encarnizamiento,<br />

la rabia que más tarde sentirían contra nosotros esos mismos habitantes!”,<br />

contó el general Thiébault en sus Mémoires.<br />

Las cosas no tardan en complicarse. La toma de las plazas fuertes en Cataluña,<br />

Pamplona y San Sebastián causan la natural alarma y algunos jefes españoles quieren<br />

oponerse, resistir, hacer algo contra lo que ya se pasa de castaño oscuro y nada<br />

tiene que ver con el dichoso Tratado. Reciben órdenes tajantes de dejar hacer y no<br />

molestar al ejército francés que nada, dicen, intenta contra España; es más, hay que<br />

contribuir, por todos los medios a su bienestar: “Respirad tranquilos...” “... van a<br />

entrar inmediatamente en Madrid tropas francesas en número de 50.<strong>00</strong>0, con dirección<br />

a Cádiz, pero que se detendrán algo en esta villa, siendo la voluntad de S.M.<br />

que sean tratadas como corresponde por la alianza que tiene con el Emperador de<br />

los franceses... con toda la franqueza, amistad y buena fe...”.<br />

Naturalmente, la hospitalidad había de ser total y consistía no sólo en cuidar las<br />

formas con amistad y buena fe -al principio incluso se confraternizaba con los cadetes<br />

franceses de la Escuela de Artillería y se moceaba con los soldados, algunos casi<br />

unos niños reclutados apresuradamente, mientras se hacían regalos a los oficialessino<br />

en alojarles a pensión completa. Curioso es por significativo, el trato y alojamiento<br />

del “cuñadísimo” Murat que llegó “rodeado de guerreras de oro, morriones<br />

de grandes penachos, correajes, portapliegos y plumas, vestido él de martes de carnaval;<br />

precedido de mameluks con sus trajes orientales deslumbrantes de colores,<br />

rodeado de jinetes con uniformes blancos y corazas de plata, caracoleando en medio<br />

de un Estado Mayor empenachado con unos uniformes de una extravagancia escan-<br />

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