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60<br />

Enrique Asín Cormán<br />

las que cualquier esquina o rincón ciudadano era ágora propicia para el complot<br />

y la maquinación; las plazuelas se llenaban de ociosos, holgazanes y confabuladores<br />

que desafiando los bandos disuasorios -los grupos de más de ocho personas<br />

serán considerados sediciosos- buscaban las diarias mentiras de la Gazeta siempre<br />

envenenadas por la napoleónica propaganda. <strong>Los</strong> tenderetes de mercadillo, las<br />

barberías y las tabernas, tan españolas, eran los mentideros habituales donde las<br />

habladurías desembarcaban frescas y los rumores, siempre de buena tinta, adquirían<br />

carácter de noticia que había que contrastar y oficializar en las botillerías y<br />

en los cafés. En éstos, naturalmente, había muchas categorías y mil tertulias jerarquizadas<br />

por quienes las presidían y convocaban distinguiéndose las de los patriotas<br />

de las de los ilustrados y de algunas otras, muy satanizadas, llenas de josefinos<br />

afrancesados; sin dejar de lado a los numerosos espías que se infiltraban en<br />

todas ellas para servir de “confite” correveydile traficando con la confidencia y la<br />

delación. Famosos eran aquellos cafés goyescos de la Corte cuyos retóricos nombres<br />

de La Fontana de Oro, La Cruz de Malta, el de SanLuis o el de El Angel en<br />

los que se reunía lo más florido de la variopinta sociedad madrileña, cuando todavía<br />

la luz de los velones no había sido reemplazada por el novedoso resplandor de<br />

las lámparas de Monsieur Quinquet y los braseros de dorado y bruñido azófar<br />

aportaban en invierno unas pocas calorías en su torno. Algún contertulio viajero<br />

contará, de vuelta de Londres, que en aquella corte británica algunas calles principales<br />

ya han sido iluminadas con faroles de gas por un tal William Murdock y<br />

que, en Francia, otro tal “mesié” Appert ha desarrollado un sistema para mejor<br />

conservar los alimentos enlatados, lo que ha hecho que el Sire Napoleón -el<br />

“empeoraor” le llaman ingeniosamente algunos- le haya premiado con 12.<strong>00</strong>0<br />

francos pensando en adoptar el invento para el avituallamiento de sus tropas en<br />

España (el botulismo sería un gran aliado de las tropas españolas causando, a<br />

veces, más bajas que éstas).<br />

En los cafés se sabe todo, se habla de todo y se conspira contra todo. Manipulada<br />

toda la prensa europea por los “gacetilleros” imperiales al mando del inefable<br />

Tayllerand -“Seguramente tiene Napoleón más enemigos a causa de este periódico<br />

(Le Moniteur) que por sus cañones”- en la que lanzaban sus falseadas noticias (los<br />

canards) para desorientar al enemigo -“Si llego a dejar la prensa con las riendas<br />

sueltas, no duro ni tres meses en el poder”, diría después el emperador- , era en los<br />

cafés donde podía obtenerse información fiable sobre el desarrollo de la invasión y<br />

de la guerra. Pero también era allí donde, a pesar de los trágicos acontecimientos<br />

bélicos de cada día, podía escucharse el rasgueo de una guitarra acompañando<br />

coplas, seguidillas y fandangos que el ingenio y el atrevimiento de algunos espontáneos<br />

lanzaban al aire aún a riesgo de la propia vida:

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