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Enrique Asín Cormán<br />
Independientemente de su recibimiento y su proclamación -tout a été médiocrement<br />
(todo ha sido mediocre), se lamentaría José- tan poco halagüeños, contaba el<br />
intruso con un puñado de incondicionales españoles afrancesados con quienes consultar<br />
y pulsar -no encontraba gente que quisiera ser espía o, simplemente, colaboracionista,<br />
y hasta se dio el caso de no disponer de vehículos de transporte porque habían<br />
sido adrede inutilizados por los españoles para no verse obligados a hacerlos rodar<br />
para él- el ritmo del país y aún más conocer su opinión. O´Farril, Cabarrús,<br />
Mazarredo, Urquijo, Azanza y los duques del Parque y de Frías fueron sus primeros<br />
“amigos” a los que se añadieron Navarrete, Campo Alange, Negrete y otros que nos<br />
irán saliendo en el camino. Estos últimos le acompañarían a Vitoria en su huida por<br />
lo de Bailén. Una huida, por cierto, que disgustó sobremanera a Napoleón -las huidas<br />
no constaban en su ideario- surgiendo entre ellos la discordia y los reproches: V.<br />
M. No hace justicia a su hermano -se lamentaba José- cuando cree que aquí no hay<br />
cabeza que dirija; no me falta cabeza ni corazón, no en balde me he criado al lado<br />
de vos. Napoleón, que al parecer no creía dotado a su hermano para general ni para<br />
político, no obstante su carrera anterior y los nombramientos a título de rey para<br />
Nápoles y España, y menos aún con clara capacidad de resolución ante los conflictos<br />
difíciles y graves, pasaba por alto a su hermano tratando directamente los asuntos<br />
importantes con los generales franceses, por lo que hubo de tenerse que oír la<br />
correspondiente queja de José al saber que el Sire se lo saltaba a la torera: “Escribir<br />
al general Belliard, al mariscal Bessiéres, al general Monthion, que desaprobais las<br />
operaciones realizadas por el ejército, es despojarme de la confianza que debo inspirar<br />
para lo sucesivo. Escribir a todo el mundo lo que no debe decirse más que al jefe,<br />
es quitar a mi autoridad el prestigio y la fuerza, no menos necesarios en el ejército<br />
que en el gobierno... Ruego a V. M. no dé órdenes más que a mí, que yo las haré ejecutar”.<br />
Nada consiguió con estos justificados lamentos y ruegos porque Napoleón<br />
siguió tratando directamente con los generales; acaso sí consiguió, únicamente,<br />
aumentar el desdén de éstos que, entregados al saqueo y alentados por la actitud desautorizadora<br />
del Emperador, no le hacían ningún caso e, incluso, de alguno de ellos<br />
hubo de decir: El Mayor general Berthier no me trata como rey..., lo que nos hace<br />
pensar, además, en algún tipo de conducta irreverente.<br />
La soledad de José I en su corte de España era evidente. Apartado incluso de su<br />
familia por las circunstancias de la guerra -Julia, su esposa, y sus hijas las princesas<br />
Zenaida y Charlotte permanecieron en su finca de Mortefontaine, cerca de<br />
París, y cerca de Napoleón ante quien la reina Julia era la mejor embajadora de su<br />
esposo por la que el Sire sentía un afecto muy especial- y llevado de su intensa<br />
debilidad por las mujeres, se refugió en una serie de amores y amoríos de mucho<br />
fuste siendo amante de grandes damas a cuyos maridos compraba con cargos, prebendas<br />
y títulos que hacían más llevaderas sus doradas cornamentas. Su gran afi-