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36<br />

Enrique Asín Cormán<br />

Independientemente de su recibimiento y su proclamación -tout a été médiocrement<br />

(todo ha sido mediocre), se lamentaría José- tan poco halagüeños, contaba el<br />

intruso con un puñado de incondicionales españoles afrancesados con quienes consultar<br />

y pulsar -no encontraba gente que quisiera ser espía o, simplemente, colaboracionista,<br />

y hasta se dio el caso de no disponer de vehículos de transporte porque habían<br />

sido adrede inutilizados por los españoles para no verse obligados a hacerlos rodar<br />

para él- el ritmo del país y aún más conocer su opinión. O´Farril, Cabarrús,<br />

Mazarredo, Urquijo, Azanza y los duques del Parque y de Frías fueron sus primeros<br />

“amigos” a los que se añadieron Navarrete, Campo Alange, Negrete y otros que nos<br />

irán saliendo en el camino. Estos últimos le acompañarían a Vitoria en su huida por<br />

lo de Bailén. Una huida, por cierto, que disgustó sobremanera a Napoleón -las huidas<br />

no constaban en su ideario- surgiendo entre ellos la discordia y los reproches: V.<br />

M. No hace justicia a su hermano -se lamentaba José- cuando cree que aquí no hay<br />

cabeza que dirija; no me falta cabeza ni corazón, no en balde me he criado al lado<br />

de vos. Napoleón, que al parecer no creía dotado a su hermano para general ni para<br />

político, no obstante su carrera anterior y los nombramientos a título de rey para<br />

Nápoles y España, y menos aún con clara capacidad de resolución ante los conflictos<br />

difíciles y graves, pasaba por alto a su hermano tratando directamente los asuntos<br />

importantes con los generales franceses, por lo que hubo de tenerse que oír la<br />

correspondiente queja de José al saber que el Sire se lo saltaba a la torera: “Escribir<br />

al general Belliard, al mariscal Bessiéres, al general Monthion, que desaprobais las<br />

operaciones realizadas por el ejército, es despojarme de la confianza que debo inspirar<br />

para lo sucesivo. Escribir a todo el mundo lo que no debe decirse más que al jefe,<br />

es quitar a mi autoridad el prestigio y la fuerza, no menos necesarios en el ejército<br />

que en el gobierno... Ruego a V. M. no dé órdenes más que a mí, que yo las haré ejecutar”.<br />

Nada consiguió con estos justificados lamentos y ruegos porque Napoleón<br />

siguió tratando directamente con los generales; acaso sí consiguió, únicamente,<br />

aumentar el desdén de éstos que, entregados al saqueo y alentados por la actitud desautorizadora<br />

del Emperador, no le hacían ningún caso e, incluso, de alguno de ellos<br />

hubo de decir: El Mayor general Berthier no me trata como rey..., lo que nos hace<br />

pensar, además, en algún tipo de conducta irreverente.<br />

La soledad de José I en su corte de España era evidente. Apartado incluso de su<br />

familia por las circunstancias de la guerra -Julia, su esposa, y sus hijas las princesas<br />

Zenaida y Charlotte permanecieron en su finca de Mortefontaine, cerca de<br />

París, y cerca de Napoleón ante quien la reina Julia era la mejor embajadora de su<br />

esposo por la que el Sire sentía un afecto muy especial- y llevado de su intensa<br />

debilidad por las mujeres, se refugió en una serie de amores y amoríos de mucho<br />

fuste siendo amante de grandes damas a cuyos maridos compraba con cargos, prebendas<br />

y títulos que hacían más llevaderas sus doradas cornamentas. Su gran afi-

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