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122<br />

Enrique Asín Cormán<br />

lenta infantería, lanza el emperador a la brigada de caballería ligera polaca que, en<br />

un ataque brillantísimo, resuelve magníficamente la batalla en lo que ha sido considerado<br />

por todos los tratadistas militares como “uno de los más asombrosos hechos<br />

de armas de la historia militar”.<br />

El 2 de diciembre a primera hora de la tarde llega Napoleón a Chamartín alojándose,<br />

como su hermano lo hiciera en julio para hacer su entrada oficial en su nueva<br />

corte, en la quinta del duque del Infantado, antiguo palacete de Felipe II (en los años<br />

en torno a 1970 era un colegio femenino del Sagrado Corazón). Madrid, lleno de<br />

barricadas y defensas improvisadas está dispuesto a resistir a toda costa, que la<br />

Junta Suprema, además, así lo ha decidido antes de partir (¿huyendo?) para<br />

Badajoz. La moral es muy alta y la exaltación de la gente tan crítica que se respira<br />

un aire totalmente revolucionario. <strong>Los</strong> ánimos tan caldeados están que se asalta y se<br />

asesina a la menor sospecha de colaboracionismo o afrancesamiento. Al señor marqués<br />

de Perales, comisionado que era para los asuntos taurinos y que había gozado<br />

siempre de la confianza del pueblo, lo lincharon en plena calle por traición y sabotaje<br />

acusado de poner arena en los cartuchos -el 27 de octubre de 1808 el pleno de<br />

la Junta de Propios y Arbitrios ya declaró el cese de todos los cargos y comisiones<br />

que como Regidor había tenido el marqués- lo estrangularon inmediatamente y descuartizaron<br />

enviando sus miembros como trofeos a los distintos barrios de la ciudad.<br />

Pero Napoleón no quería emplear en Madrid la fuerza, y la resistencia alteraba<br />

sus planes; se acordaba de Zaragoza -que “demostró lo que era capaz de hacer<br />

una población numerosa y exaltada”-, de la lucha casa por casa y de lo costoso y<br />

terrible de ese tipo de conquista, y decidió una pequeña escaramuza, más una amenaza<br />

que un ataque, y un ultimátum: “Si a las tres de la tarde no veo la bandera en<br />

los campanarios en señal de sumisión, mañana todos los habitantes serán pasados<br />

por el filo de la espada”. El rey José, postergado, aguardaba semiescondido en el<br />

pabellón de caza del Palacio de El Pardo. El día 4 de diciembre el general Belliard<br />

se hace cargo del mando militar de la ciudad.<br />

Napoleón hace su entrada solemne en Madrid; una entrada testimonial, y temiendo<br />

encender el odio español con su presencia se retira nuevamente a Chamartín. Un<br />

solo día iría el Sire a pasarlo con su hermano a Madrid, un tanto “de tapadillo”.<br />

Acompañado de numeroso séquito por razones de seguridad, a pesar de querer pasar<br />

lo más inadvertido posible -difícil empresa-, y entrando por la Puerta de Recoletos,<br />

se llegó hasta Palacio donde su hermano José le esperaba a pie de escalera; la subieron<br />

lentamente y cuando llegaron al primer descanso, poniendo su mano sobre uno<br />

de los leones que coronan la balaustrada, dijo complacido: Je la tiens, en fin, cette<br />

Espagne si desirée. Y volviéndose hacia José añadió Mon frère, vous serez mieux<br />

logé que moi. Entró en los salones sin apenas mirarlos y mandó que le enseñaran el

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