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<strong>Los</strong> toros josefinos<br />
porrazos, quedándose solo en el último toro Francisco Ortiz”. El producto de la<br />
corrida fue de 94.397 reales y 30 maravedises.<br />
Hay aspectos, sin embargo, que por paradójicos no pueden dejarse de lado en toda<br />
esta historia. El pueblo, que no se daba cuenta del aislamiento político y militar a que<br />
estaba sometido José I respecto de su hermano y de la anarquía reinante entre los mismos<br />
franceses, no entendía cómo pueden suprimirse unos impuestos por un lado -por<br />
ejemplo los arbitrios interprovinciales-, para crear otros gravámenes hasta ese<br />
momento inexistentes, como el de la carne de toro. Esta carne se vendía en la misma<br />
plaza, en el macelo y por su tablajero o asentista, a ocho cuartos y era una gran ocasión<br />
para que las gentes humildes pudieran comerla ya que era la única al alcance de<br />
sus bolsillos: “es la de que el consumo de esta carne se hace y se ha hecho siempre<br />
por la tropa y gente pobre, que por falta de medios no prueban otra cosa en el tiempo<br />
en que no hay corridas”; pues bien. La víspera de esta segunda corrida josefina se pasó<br />
una Real Orden diciendo que desde la fecha, 30 de junio, se gravaría la carne de toro<br />
muerto en la plaza con 12 maravedises en libra, por derechos de consumos. El odio<br />
que al francés sentía el pueblo español iba subiendo de tono con estas medidas atosigantes<br />
que se contradecían con los deseos del rey intruso. A mayor abundamiento, el<br />
general Cacatte pide un “plus” para sus soldados que han asistido de servicio a la<br />
plaza; ni que decirse tiene que el Ayuntamiento accedió a esta gabacha petición para<br />
no desairar los deseos de Su Majestad, aumentando la gratificación a la soldadesca<br />
enemiga, por ir a los toros, en un real de vellón por cabeza. Algo del todo intolerable.<br />
Se dio la tercera media función, sólo de tarde, de esta pequeña serie de julio, con<br />
idéntico cartel: ocho toros de las mismas ganaderías anteriores, con los mismos picadores<br />
y los mismos matadores con sus cuadrillas habituales. Nada digno de mención<br />
salvo que en esta corrida murieron cuatro caballos, que su producto fue de 67.527<br />
reales y 29 maravedises y que “El Rey Nuestro Señor se ha dignado mandar los tres<br />
primeros toros, o su importe, se den a los tres espadas; y que la carne del que salió<br />
estropeado del toril se envíe, la mitad a los pobres del Hospicio y la otra mitad se<br />
reparta por iguales partes entre los desamparados y el Colegio de Doctrinos”.<br />
Mientras todo esto sucedía en el ruedo de la plaza de la Puerta de Alcalá, por ahí<br />
fuera, por el resto del reino, la guerra continuaba y la situación no cambiaba; aún es<br />
más, se agravaba con el hambre y la crisis de abstecimientos. Soult, el mariscal, el<br />
señor duque de Dalmacia, una vez se vio libre de la presencia del hermano del emperador,<br />
que le estorbaba en la consecución de su particular reino -al igual que Murat,<br />
ambicionaba Soult un pequeño reino por estos pagos ibéricos-, dedicóse a inventar<br />
para sí un virreinato en Sevilla. Allí se tomó, motu proprio, atribuciones que no le<br />
correspondían arrogándose en monarca. Instalado en uno de los más hermosos pala-<br />
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