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CAPÍTULO VIII:<br />
FERNANDO VII TAMBIÉN QUIERE TOROS.<br />
“Que se haga pendón nuevo y también el asta, bordándose sobre grodetur<br />
carmesí, y poniendo en la pica grabado un león con la garra encima del águila<br />
imperial...”<br />
Así comienzan las disposiciones del Acuerdo de Madrid de 5 de agosto de 1808,<br />
creyendo aniquilada para siempre el águila imperial napoleónica por el fiero león<br />
hispano, tras la heroica victoria de Bailén y la precipitada huida del ahora llamado<br />
“Pepino el Breve”.<br />
Entre tanto, a la vez, en cinco viejos barcos fuera de uso, desmantelados, inutilizados,<br />
ruinosos y llenos de ratas -el Terrible, el Vencedor, el Argonauta, el Bóreas<br />
y el Soberano- anclados en la rada de Cádiz, 20.<strong>00</strong>0 desdichados franceses, cautivos<br />
de Bailén, se pudren en la más infecta miseria en espera de un destino final.<br />
Están allí, aislados, anclados sobre el agua, para apartarlos de las furias de los españoles<br />
que hubieran hecho de ellos picadillo; cuando allí los trasladaban desde<br />
Bailén, algunos de ellos fueron sacados de sus cuerdas de presos por la multitud que<br />
los martirizó, degolló y destripó. La miseria y la podre -mueren y son arrojados al<br />
mar varias decenas diarias- que hasta la gaditana ciudad llegan son tales que para<br />
suprimir aquel pestífero foco se decide llevarlos, escoltados por navíos ingleses, a<br />
una pequeña isla balear de apenas diecisiete kilómetros cuadrados donde perecerían,<br />
dejados de la mano de Dios, casi todos. Hoy, una sencilla lápida de granito da<br />
noticia de aquellos cautivos de Cabrera.<br />
Madrid entero está exultante. Tras la salida de los franceses por el camino del Norte<br />
todo el mundo se echa a la calle, a sus calles, a tomar posesión de ellas en una borrachera<br />
de entusiasmo y alegría inimaginables en una mezcla, muy española, de coplas,<br />
himnos, marchas militares, letanías, rezos, procacidades y procesiones. Se sacan a la<br />
calle las reliquias de San Isidro y de Santa María de la Cabeza, se dan gracias a Dios<br />
y se jura odio eterno al francés; los niños juegan a soldados con un palo de escoba y<br />
hasta los curas y frailes se enrolan en el ejército para aprender instrucción militar;<br />
mientras, se canta y se baila hasta la madrugada, que siempre quedará en España un<br />
trago de aguardiente, una guitarra y un cuerpo serrano para marcar un fandango.<br />
Que toda demostración pública sea nueva y extraordinaria, y la más análoga<br />
para explicar el patriotismo de Madrid... y separarnos hasta de los trajes y<br />
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