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CAPÍTULO V:<br />
CON LA IGLESIA HEMOS TOPADO<br />
Las fiestas de toros, más o menos aristocráticas o populares, han sido desde tiempo<br />
inmemorial discutidas, atacadas y perseguidas e incluso prohibidas por quienes<br />
ostentando algún poder han tenido autoridad para hacerlo. Han sido en la mayor<br />
parte de los casos debatidas por moralistas, pensadores, progresistas e ilustrados bien<br />
directamente por su propia autoridad o, simplemente, haciendo valer su influencia, a<br />
veces más poderosa, sobre quienes la tenían con total capacidad de resolución. Es el<br />
caso de los consejeros morales, de los ministros y de los validos sobre los reyes. La<br />
Iglesia, con su inmenso poder y su hegemonía sobre todo el orbe católico, arremetió<br />
con fuerza contra el taurino espectáculo combatiéndolo bajo las consejas de sus príncipes,<br />
ministros y prelados que siempre vieron en él un gran perjuicio moral y una<br />
perversión social, enemigos contraproducentes de la doctrina cristiana.<br />
Así, ejerció su presión sobre los monarcas católicos, en especial sobre Felipe II<br />
quien, con su característica inflexibilidad religiosa, utilizó el poderío español para<br />
derrotar al protestantismo y a la herejía allí donde se encontraran; en este caso no<br />
obstante, esta presión resultó infructuosa. En todo esto subyacía una doble moral,<br />
hipócrita y farisaica tanto en el caso real cuanto más en el religioso pues, pese a la<br />
inveterada mala opinión oficial de ambos poderes por las táuricas fiestas, no desdeñaron<br />
nunca servirse de ellas ni escatimaron esfuerzos en organizarlas ni, mucho<br />
menos, cerraron sus bolsillos a la hora de recoger los recursos económicos que éstas,<br />
cuando benéficas, producían. En una magnífica y rigurosísima relación que sobre las<br />
corridas regias -es decir, las organizadas y celebradas en las Españas por y para los<br />
reyes con ocasión de sus nacimientos, bodas, coronaciones, entradas triunfales y<br />
otros fastos diversos- nos da el historiador Nuño Alvarez Alonso, podemos esgrimir<br />
aquí la celebración de al menos 319 fiestas de toros desde 1080, en que se corrieron<br />
y mataron solamente seis toros para festejar en Avila las bodas de Don Sancho de<br />
Estrada con Doña Urraca Flores, con asistencia de toda la corte, hasta la madrileña<br />
de 1906 con motivo del enlace matrimonial de Alfonso XIII con Victoria Eugenia de<br />
Battemberg. Y muchas fueron las funciones taurinas extraordinarias celebradas con<br />
motivo de canonizaciones de santos y Vírgenes, sacralización de iglesias y santuarios,<br />
amén de las ordinarias anuales correspondientes a las fiestas patronales.<br />
Mas todo esto se olvidaba cuando las circunstancias lo requerían y los vaivenes<br />
políticos lo consideraban Y no es cuestión de hurgar ahora en disquisiciones eruditas,<br />
harto penosas para el paciente lector y poco esclarecedoras de nuestro objetivo,<br />
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