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76<br />

Enrique Asín Cormán<br />

También resulta curioso que, al contrario que su padre el emperador Carlos V,<br />

Felipe II no era aficionado a ver correr y lidiar los toros -sabido es que el emperador<br />

celebró el nacimiento de este hijo alanceando desde el caballo un toro en la<br />

plaza de la Corredera de Valladolid (Goya nos dejó memoria gráfica de este lance<br />

en su grabado número 10 de La Tauromaquia)- y, tal parece, que incluso les hacía<br />

ascos. Estando en cierta ocasión el rey en El Escorial se organizó allí una fiesta de<br />

toros por mandato de Don Juan de Austria “para dar placer a la Corte y al pueblo”,<br />

pero Felipe II no asistió a ella pasando el día con Fray Antonio de Villacastín<br />

y sus ayudantes visitando las obras del monasterio. Todo esto y su probada indiferencia<br />

taurina no impidieron que el monarca se preocupase por la afición de su pueblo<br />

que, a su real y sabio entender, no hacía daño alguno a la Fe ni a la moral del<br />

reino, defendiendo con uñas y dientes su oposición a la Bula. La corte pontificia,<br />

por otro lado, seguía con sus maniobras diplomáticas conducentes a ganar la voluntad<br />

de Felipe II; así en 1566 las Cortes suplicaban al monarca<br />

Por capítulo general mande V.M. que en estos reynos no se corran los<br />

dichos toros”, a lo que el rey contestó: “A esto vos respondemos que en quanto<br />

al daño que los toros que se corren hazen, los Corregidores y Justicias lo<br />

provean y prevengan de manera que aquel se escuse de quanto se pudiere, y<br />

que en quanto al correr de los dichos toros, esta es una antigua y general costumbre<br />

destos nuestros Reynos, y para la quitar será menester mirar más en<br />

ello, y ansí por agora no conviene se haga novedad.<br />

Fallecido en 1572 el santo pontífice de la Liga y de Lepanto, la presión e influencia<br />

de la corona española sobre este asunto no descendieron de grado hasta conseguir<br />

que el Papa sucesor de San Pío, Gregorio XIII, , en 25 de agosto de 1575, rectificando<br />

a aquél, restringiera la prohibición tan sólo para los caballeros de las<br />

Ordenes Militares, que a menudo se ejercitaban en justas y cañas con los toros,<br />

cumpliendo así el deseo de Felipe II en sus letras “Exponis nobis super...”.<br />

Sixto V después, en 14 de abril de 1586, aún ejerció mayor condescendencia y<br />

benignidad al ordenar que tan sólo el Clero se abstuviera de concurrir a este espectáculo:<br />

“... (Catedráticos) así de Sagrada Teología como de Derecho Civil, que no sólo<br />

no tienen vergüenza de mostrarse presentes en dichas fiestas de toros, sino que afirman<br />

y enseñan en sus lecciones que los clérigos de orden sacro, por hallarse presentes<br />

en dichas fiestas, no incurren en ningún pecado, mas lícitamente pueden estar presentes”.<br />

Y más tarde Clemente VIII, más indulgente aún, llegó a hacer manifestación<br />

pública de que las prohibiciones pontificias anteriores y sus censuras y condenas dictadas<br />

contra los partidarios de las fiestas de toros en las Españas, más bien fueron piedra<br />

de escándalo que beneficio para la Cristiandad. Sin olvidar, por otro lado, que la<br />

desobediencia a la Bula por estos partidarios taurinos -toda España- llevaba implícito

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