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<strong>Los</strong> toros josefinos<br />
El rey intruso aprovechaba el menor pretexto para darse un garbeo por Madrid,<br />
dejarse ver y “hacer bondad” con su pueblo, sin importarle muchas veces el peligro<br />
que corría su persona aún a pesar de ir fuertemente escoltado. En un país donde<br />
hasta los curas van armados hasta los dientes -“un capuchino a caballo, la escopeta<br />
en bandolera; se había arrollado al cuello la cartuchera de un teniente de cazadores<br />
al que acababa de abatir, después de haberle crucificado... En Santander, cuando se<br />
acercan los franceses, el obispo, con un crucifijo al cuello y las pistolas al cinto,<br />
recorre la ciudad al grito de ¡Viva Jesús! ¡Marchemos a la victoria, hijos de<br />
Jerusalén!”- todo es posible.<br />
Y es que el bueno de Pepe Botellas no sabía qué hacerse, y todo lo arriesgaba, por<br />
ganarse al pueblo. Todavía no se había convencido de que por mucho que su intrusa<br />
majestad pusiera de su parte nunca podría hacerse simpática a la inmensa mayoría<br />
-los “josefinos” eran en realidad unos pocos- de sus nuevos y levantiscos vasallos<br />
que le escarnecían sin compasión alguna. Y la realidad es que José I era una<br />
buena persona. Acogedor, afable y con simpatía natural, era un hombre instruído,<br />
muy culto y siempre interesado por las artes y las letras: un espíritu selecto. Sin gran<br />
firmeza y con falta de carácter incluso, andaba empero sobrado de sentido común<br />
con una educación exquisita, lo que unido a unas dotes diplomáticas naturales y a<br />
su innata bondad , le hacían un ser adorable. José ha nacido para ser amado, dijo<br />
al respecto nuestro tan socorrido Tayllerand. Sin embargo la acogida de su nuevo<br />
pueblo no es nada grata; silencio y frialdad, cuando no hostilidad, se adornan con<br />
las peores chanzas, befas y chacotas a costa de su persona. Sin embargo, él venía<br />
dispuesto a darse por España; cuando su hermano Luciano le advirtió sobre lo que<br />
le esperaba, José contestó: “No me ciega la ambición ni me deslumbran las joyas de<br />
la corona de España. A pesar mío me asedian tristes presentimientos...”<br />
Intentó crear un ejército netamente español, independiente del francés, fiel y leal<br />
a su persona, pero le desertaban los soldados a la menor ocasión; creó el<br />
“Regimiento José Napoleón” al mando del coronel Kindelán -Sebastián Kindelán y<br />
Oregón, de origen irlandés, que llegó a ser gobernador de Cuba donde murió, siendo<br />
mariscal de campo, en 1826- pero tuvo que enviarlo a Francia, a guarnecer<br />
Aviñón, por miedo a las deserciones. Su mayor esfuerzo fue el intento de dotar a<br />
España de un sistema de leyes liberales, acorde con los tiempos, para sacarla de su<br />
medieval abandono. Supresión de derechos señoriales y de aduanas interiores, de la<br />
tortura y los castigos corporales en los procedimientos civiles o militares; establecimiento<br />
de centros de asistencia pública y modernización de la todavía feudal<br />
Administración -algo de esto último podemos ver en el aparato burocrático que aparece<br />
en este ensayo-, grandes medidas urbanísticas y de infraestructura, todo ello<br />
salió de su real cabeza y de su intrusa pero buena voluntad.<br />
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