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30<br />
Enrique Asín Cormán<br />
de gobierno. Sin embargo, a pesar de su obsesión y sus esfuerzos por convencer a<br />
los españoles de que vean en él a un soberano ilustrado y no a un tirano –“la realidad<br />
es que no hay un solo español que se declare por mi, exceptuando el pequeño<br />
número de personas que han asistido a la junta (en Vitoria) y que viajan conmigo...”-,<br />
siguen llamándole el “rey intruso” y el “usurpador”. Sin que él ni nadie de<br />
su entorno puedan evitarlo.<br />
José I se instaló en el Palacio de Oriente a cuya vista quedó, cuando llegó en su oficial<br />
entrada, maravillado por su bellísima traza y su magnificencia, sorprendiéndole<br />
hallarlo en perfecto estado por cuanto sobre su expolio le habían contado sus propios<br />
generales, temiéndose encontrarlo muy menguado en su alhajamiento y mobiliario.<br />
Sin embargo, todo parecía estar intacto. Realmente, la Corte de España no residía<br />
habitualmente en Madrid sino en los Reales <strong>Sitios</strong>: en el de Aranjuez donde se pasaba<br />
el invierno y la primavera, en los de La Granja y Riofrío para el verano y en el de<br />
El Escorial en otoño. En Madrid la Corte sólo se encontraba de paso, y generalmente<br />
en el cómodo Palacio del Buen Retiro, pero tan sólo por unos días entre junio y julio,<br />
de camino a La Granja, y otros pocos en Diciembre en el traslado de El Escorial a<br />
Aranjuez; y quedaba El Pardo para practicar el deporte de la caza, a la que tan apasionadamente<br />
eran todos los Borbones aficionados. En la última etapa del reinado de<br />
Carlos IV, ni siquiera esos pocos días tenía la Corte madrileña, que en 1806, por ejemplo,<br />
no quiso el rey ni acercarse a Madrid pasando a Aranjuez directamente. Así nos<br />
lo contó Blanco White (2), testigo de excepción de los aconteceres madrileños de<br />
aquella época, y al que hay que acudir obligatoriamente para beber en su fuente de<br />
cronista de la Villa y Corte en el período primisecular que nos ocupa.<br />
Este autor, cuyo verdadero nombre era José María White Crespo, que estuvo cerca<br />
de la Corte –la que según Alcalá Galiano verdaderamente no existía para la capital<br />
sino como para una ciudad de provincia- y mucho más de Godoy, tuvo ocasión<br />
de ser testigo de excepción del último besamanos del superministro, postrera ceremonia<br />
cortesana del valido antes de su patética caída, en el Palacio de Oriente<br />
donde el hasta entonces todopoderoso “reinaba” en solitario como el monarca verdadero<br />
o el considerado como tal una vez por semana. Aquella corte de Godoy, más<br />
que la de un ministro parecía la de un rey y sus ceremonias las de un emperador.<br />
Congregada la gente en un largo salón, aparecía el ministro por un extremo rodeado<br />
de imponente y numeroso séquito de oficiales abriéndose paso lenta y majestuosamente<br />
por entre los que ansiaban verle, tocarle, adularle y obtener de él algún<br />
cargo o favor, inclinándose a su paso. Fue en aquel último besamanos donde Godoy<br />
dijo en alta voz: Caballeros, los franceses están avanzando rápidamente sobre nosotros;<br />
debemos estar en guardia, porque hay mucha mala fe de su parte. Entretanto,<br />
mientras esto sucedía allá por los primeros días de marzo de 1808, la Corte estaba