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<strong>Los</strong> toros josefinos<br />
Salamanca, en un caserío llamado de los Arapiles. La derrota francesa fue total aun<br />
a pesar del apoyo de la división del general Clauzel: “El cañón de los Arapiles dobla<br />
a muerte por la dominación francesa en España”.<br />
Esta famosísima batalla, tan definitiva, abrirá el camino de los ingleses a Madrid.<br />
Ante su avance, José I sale huyendo -como cuando lo de Bailén- en busca de Suchet,<br />
en el Este, el 10 de agosto, día de San Lorenzo. Dos días más tarde, 12 de agosto de<br />
1812, Wellington entra triunfalmente en Madrid, ante un cuadro ciudadano penoso,<br />
lleno de indigentes y desvalidos -se habla de más de 18.<strong>00</strong>0 mendigos-, siendo agasajado<br />
como un héroe nacional, como un verdadero libertador a cuyo bando se apuntaron,<br />
incluso, los “josefinos” que habían quedado abandonados por su “rey” en la<br />
Corte. Llegó lord Wellesley acompañado de un buen puñado de guerrilleros de cuenta,<br />
capitaneados por “el Empecinado” y Paralea, y entre vítores y volteo de campanas<br />
fueron todos recibidos por un nuevo Ayuntamiento en cuyo balcón de la Casa de<br />
la Villa fueron popularmente aclamados.<br />
Enseguida ese nuevo Ayuntamiento, como siempre, se aprestó a preparar agasajos<br />
populares entre los que no podían faltar, naturalmente, los toros: “... deseoso el<br />
Ayuntamiento de obsequiar al ejército aliado y al Sr. General Wellington, con una<br />
diversión nacional, y pareciéndole que la de corridas de toros, por no ser común,<br />
sería espectáculo que les llamase la atención, se acordó unánimemente que se tengan<br />
dos corridas de toros...”.<br />
Pero ni el hambre ni la guerra habían acabado con la picaresca española que<br />
enseguida despertó en uno de los gremios más pícaros de cuantos en España han<br />
sido, como es el de los toreros. Enterados éstos de que los ingleses -los “guiris”,<br />
que dirían ahora en el más actual argot- querían toros, se subieron a la parra exigiendo<br />
unos astronómicos cachets: “éstos (los toreros), se han puesto en el pie de<br />
exigir unas cantidades tan escandalosas que jamás hay noticia se hayan exigido<br />
en plaza alguna, y esta conducta es ajena a la buena fe y buenas intenciones...”.<br />
Se les rogó: “... que moderen sus honorarios a lo que sea justo y arreglado con la<br />
costumbre...”, y se les citó a presencia del Comisario de Toros, señor Villapaterna,<br />
quien recondujo las desbordadas pretensiones a los cauces de lo justo. Y torearon,<br />
vaya que si torearon.<br />
De las dos corridas de toros proyectadas tan sólo una llegó a efecto (que nosotros<br />
hayamos podido constatar, ya que se habla de otras dos más a celebrar en 7 y 25 de<br />
septiembre que no aparecen), celebrada “En honor de Wellington” el lunes día 31<br />
de agosto, intitulada además: “En obsequio del ejército aliado y de su invicto general<br />
el Excmo. Sr. Duque de Ciudad Rodrigo”, con arreglo al siguiente cartel:<br />
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