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Enrique Asín Cormán<br />
Hillo” son más que suficientes, con su sólo nombre, para configurar el magnífico<br />
retablo, barroco y neoclásico a la vez, del arte del toreo de aquel tiempo. Goya, pintor<br />
de reyes, no desdeñó en inmortalizar a estos reyes del toreo.<br />
El gran historiador y poeta Santos López Pelegrin “Abenámar”, autor entre otras<br />
cosas de la Tauromaquia de Francisco Montes “Paquiro”, hablando de la popularidad,<br />
aceptación y auge de la fiesta de toros en esta época de prohibiciones y entredichos<br />
nos dijo:<br />
Una de las causas que han contribuido a ello, ha sido la odiosidad que han<br />
mostrado algunos hacia la misma, y la prohibición del mismo rey, pues se exasperó<br />
de tal modo la afición que casi era epidémica. No tuvo más remedio que<br />
ceder y volverse atrás de lo mandado. Al principio consintió corridas de novillos<br />
embolados, luego alguna de toros, con pretexto de que sus productos eran<br />
para fines benéficos, y más tarde para obsequiar a un príncipe extranjero, y por<br />
fin, para celebrar los desposorios de Carlos IV y María Luisa, hizo renacer con<br />
toda magnificencia este grandioso espectáculo, cada vez más aplaudido.<br />
Por cierto que, como dato curioso e interesantemente anecdótico, diremos que<br />
para preparar, dirigir y organizar el ornato de aquella corrida regia de las bodas de<br />
Carlos IV se llamó a Goya quien se encargó -como mucho después, en 1927, se<br />
llamó a Ignacio Zuloaga con idéntico motivo para la ambientación y decoración de<br />
la Plaza de Toros de la Misericordia de Zaragoza con ocasión de celebrar la primera<br />
corrida “goyesca” de la historia- de dejar la Plaza Mayor de Madrid digna de un<br />
rey, de organizar el desarrollo artístico del festejo e incluso -y aquí viene lo interesante-<br />
de diseñar los vestidos de los lidiadores y las ropillas de los chulos y servidores<br />
del ruedo que, con relativamente pocas variaciones -“Paquiro dio al vestido<br />
el último “retoque”-, han llegado de aquella guisa hasta nosotros.<br />
Y es el mismo “Abenámar” quien nos dice que durante los 28 años de reinado de<br />
Carlos III se verificaron en la plaza de toros de Madrid unas 440 corridas y se dio<br />
muerte a cerca de 4.5<strong>00</strong> toros; que éstos ocasionaron varias cogidas sin muerte de<br />
lidiador alguno. La fiesta de toros, pues, progresaba en un crescendo imparable.<br />
Pero una vez finado el siglo XVIII nuevas vicisitudes -muy graves para Españavendrían<br />
a cernirse sobre ella poniendo fin en muy pocos pero intensos años a la<br />
época goyesca. La fiesta de toros conoció una crisis decayendo muy sensiblemente<br />
en las dos primeras décadas del romántico siglo XIX. Sin herederos táuricos de<br />
nombradía los “reyes” del toreo -retirados por la edad Romero y “Costillares” y<br />
muerto por un toro “Pepe-Hillo-, la supresión de las corridas de toros por Godoy y<br />
la invasión napoleónica fueron dos factores importantes que, lógicamente, coadyu-