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Enrique Asín Cormán<br />
escrito que dirigió al Gobernador de Aranjuez el día 8 de diciembre: “Respecto<br />
que para extinguir la Torada de ese Sitio se van matando las vacas en la carnicería,<br />
dispondrá V. M. que conservando para Toros los Novillos que sean ya grandes,<br />
se capen a su tiempo todos los demás y se críen para bueyes, a fin de aumentar<br />
con ello las yuntas de labor y carretería e ir minorando el número de mulas<br />
que sirven para el cultivo”.<br />
Uno de los empresarios de la Plaza de Toros de Madrid, D. Bernardo Delgado,<br />
propuso la compra “... de todos los toros chicos y grandes, que han quedado de esta<br />
Real Vacada”, sabedor de la gran calidad y prestigio de este ganado, para lo cual se<br />
dirigió al Marqués de Grimaldi comprometiéndose a hacerse cargo “de todos los<br />
machos de dos años para arriba y a sacarlos del Real Sitio de Aranjuez antes de la<br />
próxima jornada de Sus Majestades en el mismo, circunstancia que tendría lugar en<br />
la siguiente primavera”. Sin embargo la regia ganadería fue adquirida por los<br />
empresarios de la plaza de Aranjuez, Bernardo Isnar y Antonio Penaso, quienes<br />
cedieron veinte toros al citado Delgado para Madrid, en 1766.<br />
19.- Muy conocida es la historia de este gran ladrón y su expolio andaluz, concretamente<br />
en Sevilla. Cuando en agosto de 1812 los franceses comenzaron a hacer<br />
el equipaje -tras la victoria inglesa de Wellington en la batalla de los Arapiles- en el<br />
convoy del mariscal Soult se acomodaba una caja muy especial; era la famosa<br />
Purísima de Murillo que había sido robada por el duque de Dalmacia del Asilo de<br />
los Venerables de Sevilla. El celebérrimo lienzo, después de decorar la casa de su<br />
saqueador y una vez fenecido el imperio, fue vendido al Gobierno de la<br />
Restauración enriqueciendo la colección y los muros del Museo del Louvre, junto<br />
con otros cuatro magníficos cuadros de Murillo que fueron robados por Soult del<br />
sevillano Hospital de la Caridad y que hoy cuelgan de los museos de Londres,<br />
Ottawa, Washington y Leningrado.<br />
En 1940, cuando el mariscal Pétain vino a España como primer Embajador de<br />
Francia ante Franco, visitó la iglesia de la institución sevillana de los Venerables<br />
guiado por un cicerone ilustre, Juan Lafita, quien, ante la extrañeza del francés al<br />
ver vacía la pared del altar, le explicó con toda corrección y exactitud la razón de<br />
aquella ausencia decorativa: un antecesor suyo había robado el lienzo. “¿Un<br />
embajador? –preguntó el vencedor de Verdun-. ¿Cuándo fue eso?” “Señor... hace<br />
ya mucho tiempo. En 1812 se lo llevó otro mariscal: Soult”. “Comprendo, comprendo...”<br />
–sonrió comprensivo el viejo militar que, en un momento muy especial<br />
para España y Francia, se aventuró a prometer que el cuadro volvería a España. Y<br />
así fue; el cuadro cruzó los Pirineos pero se quedó, provisionalmente, en Madrid.<br />
Y allí sigue.