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Enrique Asín Cormán<br />
antes tuvo Murat- y pone a sus órdenes directas a los mariscales Vïctor, duque de<br />
Vellune, y Lefebvre, duque de Danzig.<br />
Ya desde París, da Napoleón a su hermano una sabia y enérgica recomendación:<br />
“En Madrid hay que colgar a una veintena de los más granujas y mandar los restantes<br />
a las galeras francesas; aquí yo haré ahorcar a siete. La gentuza no ama ni<br />
estima más que a quien teme”. Mas, José, hombre afable y conciliador, sólo tiene<br />
una obsesión: “su propósito de servir al pueblo español y su decisión de ser firme<br />
en sus actuaciones a favor de sus súbditos”, a cambio de lo cual sólo pide lealtad...<br />
Y para que se vean sus deseos de buena voluntad, marcando la diferencia con los de<br />
su imperial hermano, se apresura a hacer su segunda entrada en Madrid casi inmediatamente<br />
de la salida de éste; el día 27 de enero, con un frío de muerte y un céfiro<br />
que pela el cutis entró otra vez en la Corte José I, a caballo, en medio de un gran<br />
aparato militar, por Atocha, el Prado, Alcalá y Carretas hasta la basílica de San<br />
Isidro donde el solemne Te Deum de rigor patentizó sus públicos afanes. Llegado a<br />
Palacio, comenzó inmediatamente, acto seguido, a reinar sin más dilación.<br />
Pero la guerra, ya abierta, continuaba y mientras José I desfilaba en Madrid su<br />
segunda intrusión, Zaragoza llevaba cincuenta días de su segundo sitio, esta vez en<br />
invierno para que nada falte, para capitular honrosamente el 22 de febrero de 1809:<br />
“La columna española sale en buen orden, con sus banderas y sus armas... Trece mil<br />
hombres, enfermos, horriblemente flacos, apenas con fuerza para sostener el fusil, se<br />
arrastraban lentamente al son del tambor. Sus vestiduras estaban sucias y desgarradas.<br />
Todo era en ellos el cuadro de la más espantosa miseria. Parecían espectros<br />
vivientes cubiertos de harapos.” Así lo describió el general Lejeune y así queremos<br />
aquí dejar en paz la que fue una de las páginas más grandes de la historia bélica.<br />
En el escenario de la guerra ya habían hecho su aparición unas partidas armadas que<br />
se echaban al monte a hacer la guerra por su cuenta, en ataques sorpresa, apariciones,<br />
desapariciones, que hacían mucho daño a los franceses. Era una forma de guerra popular,<br />
independiente : la petite guerre, la guerrilla; es la expresión natural de la estrategia<br />
de un pueblo débil frente a un invasor poderoso. Gentes que no podían formar parte de<br />
un ejército normalmente constituido, pero que a pesar de ello no renunciaban a combatir,<br />
se integraban en las guerrillas convirtiéndose, naturalmente, en guerrilleros. A su<br />
favor el valor desgarrado, movido las más de las veces por el odio al francés y los<br />
deseos de venganza, y el gran conocimiento del terreno en una orografía complicada<br />
como la española que tanto perjuicio causaba al ejército invasor, más hábil y acostumbrado<br />
a batallar en campo abierto. Todo el país estaba movilizado y la guerrilla era su<br />
ejército popular. Hombres y mujeres participaban en ella, activa o pasivamente, como<br />
actores unos y como cómplices, encubridores, espías e intendentes otros. La mayoría