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<strong>Los</strong> toros josefinos<br />
que si en otoño torna el cielo en velazqueño celaje, ahora que mayo se había hecho<br />
junio era goyesco en su entramado cielo. El campo, tan desmemoriado e indiferente<br />
con la guerra, estaba esplendoroso, despierto ya de su anual cura de humildad<br />
invernal, con dos cuartas de hierba en alto y un millón de florecillas por corona. El<br />
mediodía, ya caluroso, prometía el disfrute de una tarde magnífica.<br />
A muy primera hora, que unas cuantas leguas de camino aguardaban, púsose en<br />
marcha la regia comitiva excursionista saliendo de Palacio por la puerta de los<br />
Pozos de la Nieve, en una muy pintoresca procesión. El pueblo de Madrid, que ya<br />
sabía de esta gira campestre del intruso, no quiso perderse el espectáculo y tomó<br />
posiciones a ambos lados de la carrera del camino de Colmenar para mofarse una<br />
vez más -y ésta con mayor razón- de su Pepe Botellas del alma a quien no podía<br />
nunca imaginarlo vestido de picador de tronío. Sí, porque al señor rey no se le había<br />
ocurrido otra cosa que disfrazarse de “español” adoptando las maneras de los chulos<br />
y las fachendas de los varilargueros, tout ensemble: con chupa corta de paño<br />
guarnecida de pasamán de trencilla y chupetín de alamares, arrollada a la cintura<br />
roja faja rayada sevillana, brillante y chillona; bordada camisa bullonera, doblado<br />
el cuello y recogido con pañoleta de color saliente, asido con una sortija al pecho;<br />
calzona de bayeta con botonadura de plata embutida en lustrosos borceguíes de<br />
potro con polainas enflecadas de reluciente becerro; marsellés de ante azafrán con<br />
monillos de caireles y muletillas de negro y sedoso cordón; redecilla al pelo rellena<br />
de crêpé, coronaba el conjunto con amplio chambergo sombrerón de castor. Todo<br />
un poema. Todo un “español” de opereta que levantó a su paso las más sonoras y<br />
crueles carcajadas de los majos y manolas apostados a la vera del camino, que no<br />
podían disimular su regocijo ni callar sus chanzas; aquel atrezzo sentaba al franchute<br />
como sentaría al Santísimo Cristo de El Pardo un trabuco en bandolera.<br />
Pasado aquel primer trance que el rey tragó con toda su dignidad puesta, erguido<br />
en su hermoso jaco, enfilaron apretando el ritmo de la marcha hacia la vacada<br />
del amigo de Moratín, Laso, quien, a su llegada, aguardaba a la puerta de su finca,<br />
descabalgado y descubierto, escoltado por dos mayorales de ademán adusto y<br />
cariacontecido. La frialdad inicial, disimulada por el respeto, dio paso a las breves<br />
reverencias de cortesía y al severo salón de la casa donde había preparado un<br />
refresco de bienvenida. Tras la frugal recepción se salió al campo ; las faenas ganaderas<br />
ya habían hace horas comenzado. Una visita a caballo por la finca permitió<br />
que el monarca viera los distintos apartados del ganado: las vacas de vientre, las<br />
reses de saca, los sementales y los novillos, quedando de todo ello muy complacido<br />
y emocionado. De allí pasaron todos a las dehesas a campo abierto donde se<br />
realizaba la tienta y donde unas galeras hacían las veces de palcos para invitados a<br />
pie. No quiso José subir a ellas prefiriendo seguir a caballo, en primera línea, las<br />
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