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<strong>Los</strong> toros josefinos<br />
un gran desprecio por la excomunión y el desprestigio consiguiente de la autoridad<br />
pontificia. Como dijo Cossío, la agitatio taurorum no había de ser vencida.<br />
De toda aquella pugna entre la Santa Sede y España por la cuestión taurina quedó<br />
únicamente la costumbre por mucho tiempo de celebrar los festejos en días no feriados<br />
para evitar desgracias por causa de la aglomeración de participantes y espectadores,<br />
pero en el fondo por no entorpecer ni eclipsar el carácter religioso de esos<br />
días. Respecto de esto hay un curioso asunto que, a fuer de ser farragoso el tema -<br />
toda vez que nos anima la correcta y documentada ambientación que nos llevará a<br />
José Bonaparte-, creemos interesante traerlo a este punto. Y ello es que existe una<br />
carta del obispo de Vich (Barcelona), Antonio Pasqual, dirigida al Virrey de<br />
Cataluña, marqués de Leganés, en 1686, lamentándose por las desgracias ocurridas<br />
en una fiesta de correbous el domingo anterior:<br />
en que, entre muchos que salieron maltratados, fueron dos hombres y una<br />
mujer que están muy malos en cama. Y siendo todo esto muy axeno a la charidad<br />
y piedad cristiana, reprobado por la Santidad del Beato Pío V, Gregorio<br />
Decimotercero y Clemente Octavo, no se deue dudar que sería muy del agrado<br />
de su Divina Majestad que la dicha corrida de bueyes no se haga en el día<br />
de fiesta, por estar así prohibido por la feliz memoria de Clemente Octavo, y<br />
por esa causa en Madrid nunca se corren toros en día de fiesta.<br />
La contestación del marqués de Leganés no se hizo esperar:<br />
En orden a prohibir estas fiestas, no puedo enteramente pasar a mandarlo<br />
respecto de que causaría gran novedad a esos naturales; pero siendo justo que<br />
se eviten todos los daños que fueren posibles, como V.S. me advierte, ordeno<br />
al Veguer que por ningún pretexto se corran toros en días de fiesta y que siempre<br />
que haya semejante fiesta, aplique todo su desvelo a que en la plaza no<br />
haya mugeres, muchachos ni viejos, que son los que más pueden padecer, sino<br />
que esté de forma que no puedan suceder los daños que V.S. me refiere; que<br />
el privar a esos naturales destas fiestas, tiene algún inconbeniente y en la<br />
corte, como V.S. sabe muy bien, no se ha podido tampoco conseguir.<br />
Aún cuando la tal agitatio taurina nunca fue vencida, sí continuó pasando vicisitudes<br />
con la única tregua de la dinastía de los Austrias que en su austera monarquía<br />
divertían sus grises días y tedios con muchas fiestas de toros. Vendrían tiempos peores<br />
y si cuando la Bula de Pio V la fiesta de toros pasó por uno de los momentos<br />
cruciales corriendo serios riesgos que tuvo que superar, el siglo XVIII la puso en<br />
mayor peligro al exponerse esta vez a las prohibiciones del poder civil, con pragmáticas<br />
provisiones de fuerte carácter ejecutivo, a diferencia de aquella anatemática<br />
vaticana de sentido moral y religioso. Ahora, la fuerza de la Ilustración y las nue-<br />
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