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CAPÍTULO XV:<br />
UN AGUILUCHO EN EL NIDO DEL AGUILA IMPERIAL<br />
Aunque no lo fueron menos el anterior y, sobre todo, el siguiente, 1811 ha pasado<br />
a la historia como el “Año del hambre” del que ya vimos en otro capítulo sus<br />
devastadores efectos y la verdadera penumbra de España entera, por causa de una<br />
guerra de desgaste que se eternizaba en medio de la anarquía y el caos.<br />
El rey José I, que se desvela por los españoles pero que está deseando abandonar<br />
España, frustrado y postergado, no se cansa de escribir a todas horas a Julia, su<br />
mujer, y a su primo Berthier, el príncipe de Neufchâtel, meciéndose sus cartas entre<br />
el lamento y la súplica. A Julia, a la que ha enviado dos retratos suyos para sus hijas<br />
Carlota y Zenaida -parece ser que de goyesca factura-, le cuenta la situación de su<br />
reino cargando las tintas impresionistas. A Berthier le cuenta muchas y muy malas<br />
cosas; le dice de todo, desde que sus servidores no tienen ni zapatos y que las tropas<br />
a su servicio no cobran desde hace ocho meses, hasta que se han empeñado los<br />
objetos de valor de Palacio para pagar a acreedores, incluso los vasos sagrados de<br />
la Real Capìlla; que a los empleados civiles se les debe trece meses de sueldo y que<br />
dos Grandes de España, Mazarredo y Campo-Alange, han llegado al extremo de<br />
pedirle raciones de comida para el sustento de sus familias; que él ha reducido los<br />
gastos de la Casa Real a doce millones; que franceses y españoles están sumidos en<br />
la más espantosa miseria; que el país está saqueado y que la desmoralización general<br />
reina en España...<br />
Es otra vez Mesonero Romanos quien viene a darnos su crónica más patética de<br />
esa situación reinante. Basten unas pocas y precisas pinceladas:<br />
El espectáculo, en verdad, que presentaba la población de Madrid es de<br />
aquellos que no se olvidan jamás. Hombres, mujeres, niños de toda condición,<br />
abandonando sus míseras viviendas, arrastrándose moribundos por las calles<br />
para implorar la caridad pública, para arrebatar siquiera más que un troncho<br />
de verdura que en época normal se arroja al basurero, un pedazo de galleta<br />
enmohecida, una patata, un caldo que algún mísero tendero pudiera ofrecerles<br />
para dilatar por algunos instantes su extenuación y su muerte, una limosna<br />
de dos cuartos, para comprar uno de los famosos bocadillos de cebolla con<br />
harina de almortas que vendían los antiguos barquilleros o algunas castañas o<br />
bellotas... éste era espectáculo de la desesperación y de la angustia, la vista de<br />
infinitos seres humanos expirando en medio de las calles y en pleno día; los<br />
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