Josefinos.qxd:00 Libro Sanidad.qxd - Asociación Cultural Los Sitios ...
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<strong>Los</strong> toros josefinos<br />
para el caso en las de la Montera y Carretas agonizaban los famélicos en el<br />
arroyo, fachendosos y opulentos mercaderes juntábanse en la Puerta del Sol<br />
a vanagloriarse. Se horneaba mezclando la harina de trigo con la de cebada,<br />
maíz, algarrobas y almortas. De almortas malvivíamos y moríamos como se<br />
fue apagando Josefa. Según me dijo el doctor Arrieta, del uso prolongado de<br />
aquella harina venía la letargia, la parálisis y la atrofia de tantos y tantos<br />
contrahechos pordioseros, amanecidos en las calles de la Corte... Con joyas<br />
se pagó la galleta de cebolla y la almorta. Por un saco de bellotas se enajenaron<br />
casas enteras. Se comía a las ratas y a los muertos. Del Rastro al<br />
Prado se dieron muchos casos de canibalismo... El propio rey José horneaba<br />
en Palacio y sufría casi tanta penuria como nosotros... Ya se habían terminado<br />
la harina y las encendajas hasta en Palacio... Tan conspicuo y afrancesado<br />
como Meléndez Valdés, admitía que sólo los especuladores, los<br />
alcahuetes y los ladrones medraban en la miseria de la Corte.<br />
Leídos estos dramáticos extremos que hielan el alma y aparte lo novelado de su<br />
expresión que puede parecer exagerada, ellos no son sino la plasmación escrita de<br />
las espeluznantes escenas grabadas por Goya en <strong>Los</strong> Desastres de la Guerra, tremenda<br />
crónica gráfica de los horrores que se cometieron en aquella contienda<br />
feroz y encarnizada.<br />
Es lástima, injusta e indignante, que después de tanta historia desgarrada, al final<br />
de tanta pena y tanta gloria, haya persistido por encima de nuestra verdadera identidad<br />
hispana y sobre nuestra auténtica personalidad, el estereotipo sobado y repugnante,<br />
absolutamente falso, de la España de castañuela y pandereta; tan sólo porque<br />
unos cuantos viajeros extranjeros románticos, a buen seguro aburridos ellos, vieron<br />
divertirse -y no luchar- a nuestros antepasados. Porque sobre tanta desgracia y tanta<br />
penuria el indígena español sabe divertirse -sobreponerse- sobre el dolor y solazarse<br />
contra la vida y la muerte. De ese jipío y del lamento sonoro de una guitarra nace,<br />
estremecida, la soleá; y de esa lidia tenaz que se debate entre la vida y la muerte,<br />
con gallarda altivez, surge la fiesta de los toros. Ambas cosas en la masa de la sangre<br />
hispana, espesa, roja y caliente, que sabe ponerse de pie para empuñar una espada<br />
o para trenzar, airoso, un bolero.<br />
El pueblo, a pesar de todo, se divertía y muy bien. Todavía hoy nuestras diversiones<br />
y nuestras fiestas son el asombro de cuantos de allende las fronteras nos<br />
visitan; y salvo las inevitables modernidades técnicas, las mediáticas que al<br />
mundo igualan, seguimos en España divirtiéndonos, en muchas ocasiones como<br />
antaño. Eran aquellos tiempos que nos ocupan muy dados a la conspiración, tan<br />
de suyo natural siempre como necesaria en aquellas calendas, y a la intriga, para<br />
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