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CAPÍTULO IX:<br />
TOROS QUE NO FALTEN... AUNQUE NO ESTÉ JOSÉ<br />
Para conquistar a España harían falta doscientos mil franceses y cien mil cadalsos<br />
para mantener al príncipe condenado a reinar en ella. No, Sire, no se conoce<br />
a este pueblo; cada casa será una fortaleza y cada hombre tiene la misma voluntad<br />
que la mayoría. Todo el que diga otra cosa, o miente o no tiene ojos.<br />
Así se lamentaba José Bonaparte a su imperial hermano tras varios quejidos lastimeros<br />
anteriores precursores de su desengaño, amargura y abandono, y en contestación<br />
a una promesa disuasoria de éste en la que le anunciaba: Tendréis cien mil hombres.<br />
España será conquistada en el transcurso del otoño; pero las arrugas en el ánimo de<br />
José no son fácilmente disimulables y asoman por su boca en una triste expresión: ...<br />
que no deseo reinar en España donde el nombre de Napoleón es odiado.<br />
El emperador, tan sagaz siempre, toma rápidamente conciencia de la situación<br />
española y aunque no exento de dudas -“Después del contratiempo de Bailén dudé<br />
si continuar la guerra, pero las cosas estaban muy avanzadas”-, pone su estrategia<br />
en marcha. Retira tropas de Alemania para replegarlas sobre los Pirineos, manda al<br />
general Ney a reconquistar Bilbao, llama a filas a una nueva quinta y lanza por todas<br />
partes su vieja arenga guerrera: Soldados, os necesito....<br />
España también necesita ayuda y, con independencia de la presencia de<br />
Wellington, envía una embajada a Londres que vuelve con un regalo de Gran<br />
Bretaña: hombres, dinero y una flota a Cádiz. El águila imperial bate furiosamente<br />
sus alas ante el rugido del leopardo inglés. Se recrudece la ofensiva francesa y de la<br />
pluma del Sire sale, rotunda y firme, la frase que escribió a José desde Erfurt, Il faut<br />
que j´y sois. El 18 de octubre decide en París venir personalmente a España para<br />
sofocar de un sablazo la insurrección y arrojar al mar a sus obsesivos enemigos<br />
ingleses. Dicho y hecho, según su costumbre táctica, el 5 de septiembre ya tiene dispuestos<br />
cien mil hombres que, sumados a los ya existentes, dan un contingente de<br />
más de doscientos mil; justamente los que pretextaba su gabacho hermano. Y prepara<br />
sin dilación su presencia en España.<br />
Madrid sigue eufórico, presa de la exaltación victoriosa que vive el pueblo, y como<br />
si la guerra ya hubiera acabado cuando no ha hecho más que empezar, sigue pensando<br />
en festejos. El día 30 de septiembre, justo al día siguiente de celebrada la última<br />
corrida, ya se está pensando en más funciones: “No habiéndose podido verificar que<br />
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