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50<br />

Enrique Asín Cormán<br />

gasta que fuera habitable el castillo de Navarra. Se detuvieron dos días en<br />

Burdeos y el 19 de mayo hicieron su entrada en Valencia. Yo estaba allí desde<br />

hacía varios días. El momento de su llegada ha dejado en mi ánimo una<br />

impresión que no se borrará nunca. <strong>Los</strong> príncipes eran jóvenes y todo en torno<br />

a ellos, en sus vestidos, en sus coches, en sus criados, ofrecía la imagen de<br />

siglos pasados. La carroza de que los vi descender hubiera podido tomarse por<br />

un coche de Felipe V. Este aire de antigüedad, al recordar su grandeza, aumentaba<br />

el interés de su situación. Eran los primeros Borbones que volvía a ver<br />

después de tantos años de desastres y tempestades. No fueron ellos quienes<br />

experimentaron cortedad alguna; fui yo, y me complazco en decirlo.<br />

Es preciso apuntar aquí, a modo de una nota al margen, que Tayllerand, personaje<br />

político tan rico en matices, asistió a la Revolución Francesa desde su cargo de<br />

Diputado del Clero a los Estados generales y, en 1814, a requerimiento de los aliados<br />

llegados a París constituyó un Gobierno provisional el 1 de abril e hizo que el<br />

Senado proclamara la caducidad del régimen napoleónico, llamando él mismo a<br />

Luis XVIII al poder.<br />

Y aún relata el mismo memorialista cómo todavía hubo otra ocasión, camino de<br />

Bayona, en que Fernando VII pudo haberse zafado de las garras de la imperial águila<br />

huyendo tranquilamente.<br />

A las once de la noche llegó el rey a Irún con su séquito. Descendió en casa<br />

de Olazábal, que estaba fuera de esta pequeña ciudad, guardada por un batallón<br />

del regimiento del rey. El ganeral Savary no llegó hasta las siete de la<br />

mañana del día siguiente. De este modo el rey y su Consejo se encontraron<br />

ocho horas solos, sin ninguna escolta francesa, en una casa española situada a<br />

orillas del mar, donde varias barcas estaban atadas a estacas colocadas en el<br />

mismo jardín de la casa. Cuando llegó Savary y vio la escena, y casi con<br />

inquietud, se dirigió apresuradamente a la casa donde permanecía el rey, a<br />

quien encontró plácidamente dormido.<br />

Este revelador relato da idea del carácter de Fernando VII y valora su postura ante<br />

Napoleón a quien se entregó sin reservas. Éste dijo un día a Tayllerand: “El príncipe<br />

Fernando me llama su primo al escribirme. Trate de hacerle comprender que eso<br />

es ridículo y que debe llamarme simplemente Señor”. Y estando después en el dorado<br />

y aburrido confinamiento de Valençay -castillo propiedad del mismo Tayllerand-<br />

Fernando VII se humilló desmesurada e indignamente ante su opresor cometiendo<br />

la iniquidad de llegar a felicitarle por las victorias obtenidas sobre los españoles...

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