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26<br />

Enrique Asín Cormán<br />

Y al leer este cartel<br />

dixo una maja a su majo:<br />

Manolo pon ahí abajo<br />

Que me cago en esa ley;<br />

Porque aquí queremos rey<br />

Que sepa decir: ¡Carajo!<br />

Esta acogida destemplada tuvo mucho de parecido con la dispensada al austríaco<br />

pretendiente Carlos en 1710 a quien el pueblo recibió con igual o superior vacío<br />

acallando los pocos vítores que se le dieron con sonoros vivas a Felipe V. El cortejo<br />

de Carlos de Austria nada más llegar a la puerta de Guadalajara torció a la derecha<br />

y se salió por la calle de Alcalá porque aquella “era una corte sin gente”.<br />

Sesenta y dos años más tarde de la entrada de José I, el martes 28 de diciembre<br />

de 1870, Madrid, que había dormido bajo un grueso manto de nieve, se echó a la<br />

calle a pesar del frío reinante para desayunarse con una noticia que venía a dar un<br />

golpe seco a la incertidumbre política reinante: la noche anterior, a hora ya muy<br />

avanzada, al salir del Congreso el general Prim con sus ayudantes y camino del<br />

Ministerio de la Guerra, unos apostados en la calle del Turco le dispararon varios<br />

trabucazos hiriéndole mortalmente. El pueblo, aterido de frío y de miedo, de angustia<br />

e incertidumbre, se preguntaba por el desenlace de aquel suceso acaecido precisamente<br />

el día –festividad de los Santos Inocentes- en vísperas de la arribada a<br />

España del nuevo rey –un rey “de alquiler”- Amadeo de Saboya. Se suponía que a<br />

esperarle debiera salir el propio Prim al muelle de Cartagena adonde el Duque de<br />

Aosta llegaría en la mañana del día 30 a bordo de la fragata “Numancia”. Mas los<br />

sucesos agriaron la ya de por sí agridulce circunstancia, para un rey, de sentirse<br />

“inquilino” en un trono deshabitado. El recibimiento no pudo ser más desairado y<br />

desabrido, sin que ni la falúa con el Gobierno ni siquiera el vapor del práctico del<br />

puerto hicieran acto de presencia en la cartagenera bahía; el cañón que debía disparar<br />

las salvas de ordenanza enmudecía en un sospechoso silencio. En Cartagena<br />

aquel día el frío estaba en el ambiente. Un frío que acompañaría a Don Amadeo en<br />

los casi tres años de reinado español sin que él –como ocurrió sesenta y dos años<br />

antes con José Bonaparte- lograra calentarlo nunca.<br />

Al final de esta jornada deplorable y triste para el nuevo rey, pero no destructora<br />

de su moral siempre enhiesta, escribió puntualmente al Sire:<br />

Hice hoy mi entrada en Madrid. No me han recibido los habitantes de esta<br />

villa como lo hicieron los de Nápoles, ni como lo han hecho las tropas fran-

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