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190 Fernand Braudelmania lo prueba de sobra; un viaje a Moscú o aLeningrado lo prueba con razón. Todavía podemosser una necesidad del mundo si el mundoacepta el vivir sin destruirse y el comprendersesin irritarse. A muy largo plazo, este porvenircontinúa siendo nuestra oportunidad, casi nuestrarazón de ser. Incluso aunque políticos miopessostengan lo contrario.Permanencia de la unidady de la diversidad através del mundoY, no obstante, todos los observadores, todoslos viajeros, entusiastas o malhumorados, nos hablande la uniformización creciente del mundo.¡Apresurémonos a viajar antes de que la tierraofrezca por doquier el mismo aspecto! En apariencia,nada se puede replicar a estos argumentos.Antes, el mundo abundaba en pintoresquismos,en matices; hoy todas las ciudades, todoslos pueblos, en cierta manera se parecen: Ríode Janeiro ha sido invadido desde hace más deveinte años por los rascacielos; Moscú hace pensaren Chicago; por todas partes, el mismo paisajede aviones, de camiones, de automóviles, devías férreas, de fábricas; los trajes típicos desaparecen,unos tras otros. Sin embargo, ¿no seestá cometiendo, más allá de evidentes constataciones,una serie de errores bastante graves? Elmundo de ayer tenía ya sus uniformidades; latécnica —ya que es ella quien por doquier dejasu impronta— no es con toda seguridad más queun elemento de la vida de los hombres: sobretodo, no debemos arriesgarnos, una vez más, aconfundirla con la o las civilizaciones.La tierra no deja de achicarse y los hombresse encuentran, más que nunca, «bajo un mismohttp://www.scribd.com/Insurgencia

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