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int encuentro 24 A - cubaencuentro.com - Cuba Encuentro

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Manuel Díaz Martínez 146<strong>encuentro</strong>Bohemia en plena tiranía batistiana e incluido en un libro de homenaje a estarevista editado por la revolución, en el que, ya en el primer párrafo, el entoncesadalid de las juventudes liberales ortodoxas llama sátrapa a Batista y lo amenazacon hacerle una revolución para derribarlo. Nada les pasó, sin embargo,ni al fogoso agitador ni a la <strong>int</strong>répida revista. Por supuesto, algo similar esimpensable que suceda en la <strong>Cuba</strong> de Castro, donde, entre otras virgueríasjurídicas, está prohibido caricaturizar a los jerarcas del régimen (algo quehasta Machado y Batista admitieron) y donde hay un delito llamado «propagandaenemiga», otro llamado «desacato al Jefe del Estado», ambos muy biendotados de condenas, y una Ley Mordaza que puede proporcionarle luengasvacaciones a la sombra, servido por atentos carceleros, al ciudadano cubanoque se queje con más de dos o tres decibelios de voz, sobre todo si lo hacepara la prensa extranjera.Una sola vez, antes de la revolución, sentí el hociqueo de una amenaza poralgo que publiqué, y fue cuando, siendo yo jovencito, en el vespertino Tiempoen <strong>Cuba</strong>, adicto a Batista, <strong>com</strong>etí la osadía de hacer en un artículo el panegíricode Rigoberto López Pérez, el joven patriota nicaragüense que baleó al tiranoSomoza. En ese artículo sostuve que matar a un tirano no es delito, lo queatrajo hacia mí el inquietante <strong>int</strong>erés del matón que dirigía el periódico, sinque pasara nada más. Pero la censura y el castigo por mis opiniones los sufríen muchas oportunidades después de 1959. Recuerdo, por ejemplo, que en elperiódico Granma suprimieron el nombre de Severo Sarduy de un artículomío porque estaba prohibido citar a los escritores exiliados. Otras censurasmás ominosas soporté, <strong>com</strong>o la de estar dieciséis años sin poder publicar nadaen mi país por haber votado, en el concurso literario de la Unión de Escritoresde 1967, a favor del poemario de Heberto Padilla Fuera del juego, libro enel que el poeta se quejaba de que la revolución estaba dejando de ser revolucionaria.¿Me habría pasado esto en la República? No, por supuesto: aunqueen ella el Estado tuvo a veces un dueño, el Estado no era dueño de todo.Tuve la suerte de crecer leyendo en la prensa republicana a los grandesarticulistas que escribían en mis tiempos juveniles, la mayoría de los cualesfiguran entre los mejores que ha dado el gran periodismo cubano. Como solíanpensar y decir lo que les viniera en gana, leerlos era una fiesta. (El aburrimientode la uniformidad llegó luego, cuando, de hecho y de derecho —constitucionalmente—, se implantó el pensamiento único del MáximoFilósofo.) Entonces se abría un periódico o una revista y se podía leer a JorgeMañach, a Juan Marinello, a Francisco Ichaso, a Miguel de Marcos, a RafaelSuárez Solís, a Raúl Roa, a Alejo Carpentier, a Gastón Baquero, a Nicolás Guillén,a Eladio Secades, a Ramón Vasconcelos, a José Lezama Lima, a MirtaAguirre, a Mario Kuchilán, a José Z. Tallet y a tantos otros que ahora escapana mi memoria pero no a mi aprecio ni a mi gratitud. Yo publiqué en algunosde aquellos periódicos y revistas. Colaborando en ellos aprendí a escribir y lecogí el gusto a exponer y defender mis propias opiniones.Mi biblioteca, que perdí al irme de <strong>Cuba</strong> —ya se sabe que todo exilio es unnaufragio—, empezó a crecer cuando, siendo yo un adolescente, tuve mi primer

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