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int encuentro 24 A - cubaencuentro.com - Cuba Encuentro

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Marifeli Pérez-Stable 286<strong>encuentro</strong>logró rodearse de un aura peronista. Su esposa, Marta Fernández, imitaba aEvita: se vestía elegantemente y cuidaba de los necesitados, y en ciertos ámbitosse la conocía <strong>com</strong>o «Marta del pueblo, Marta de los pobres».Es cierto que el Batista de los cincuenta había perdido gran parte de lasagacidad que lo había caracterizado <strong>com</strong>o una figura <strong>com</strong>pleja. Para entoncesse había acostumbrado a la buena vida y se dedicaba diligentemente aamasar una fortuna aun mayor, mientras se mostraba reticente a invertir sutiempo en las actividades propias de su puesto. Al parecer, los juegos de canastay las suculentas <strong>com</strong>idas ocupaban el mismo espacio en su agenda que lasexigencias de consolidar y defender su régimen. Algunos aspectos de sugobierno parecen ajustarse a esa categoría de neo-sultán que los científicossociales han creado para caracterizar cierto tipo de dictador tercermundista.Pero incluso durante esta década, no se <strong>com</strong>portó <strong>com</strong>o un patriarca normaly corriente, pues su neo-sultanismo resultó mucho menos consolidado, no tan«institucionalizado», y menos duradero que los de Somoza en Nicaragua, PorfirioDíaz en México y el Sha en Irán. Los aspectos más notorios del batistato—en represión y neo-sultanismo— se agudizaron más a partir de 1956, haciafinales del período que constituye el tema del presente ensayo. En las debidascircunstancias, Batista bien habría podido echar pie a tierra (o haberse vistoobligado a hacerlo) y responder a los acontecimientos con una perspectivahistórica de futuro, tal y <strong>com</strong>o había hecho a finales de los tre<strong>int</strong>a.El madrugonazo del 10 de marzo sorprendió a una nación que se encontrabaa punto de celebrar una campaña electoral. Ortodoxos y auténticos sedisputaban la presidencia, los seis cargos de gobernador de provincias, 54escaños en el Senado y 70 en la Cámara de Representantes; y aunque Agramonteiba a la cabeza, no se descartaba que Hevia lo desbancara. Se tratabaen ambos casos de hombres decentes e incorruptos, aunque ninguno era muypopular. Agramonte se amparaba en el prestigio del fundador del Partido delPueblo <strong>Cuba</strong>no (Ortodoxo), Eduardo Chibás, quien hubiera representado asu partido en las elecciones de no haber tenido tan buena puntería aquel 5 deagosto de 1951. Hevia, sin embargo, contaba con la maquinaria del partidoauténtico, una contribución de Prío a la política cubana que nunca se hareconocido, y existen pruebas de que sus seguidores se aprestaban a movilizartodos los recursos que les ofrecía el poder para la batalla decisiva que tendríalugar el 1 de junio de 1952. El chibasismo no habría conseguido por sí mismola victoria para Agramonte, pues los ortodoxos carecían de una maquinariapartidista experimentada y eran <strong>int</strong>ransigentes respecto a su independenciapolítica: rehusaban los pactos con otros partidos y afirmaban que el partido porsí solo conseguiría la victoria en las urnas. Un sentimiento «anti-política»,<strong>com</strong>o el que caracterizó a algunos sectores de la opinión pública de Europadel Este y América Latina durante los ochenta y los noventa, se apoderó deellos: defendían el adecentamiento de la política cubana y rehuían los pactoscon otros partidos que siempre acababan por <strong>com</strong>prometer algún principio.Auténticos y ortodoxos eran rivales implacables debido en gran medida a quelos últimos se habían escindido de los primeros en 1947 y denunciaban sin

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