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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS ÁNGELES CAÍDOS<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> que salió <strong>de</strong> Chicago. Una huida era solo miedo y fuga. Un viaje era un<br />

<strong>de</strong>splazamiento, ¿no? Él había necesitado aquel <strong>de</strong>splazamiento para investigar y<br />

hacer lo que quería, para vivir según sus propias reglas, su propio reloj y su<br />

calendario.<br />

Des<strong>de</strong> su punto <strong>de</strong> vista, Reece Gilmore estaba haciendo algo muy parecido.<br />

Sencillamente llevaba mucho más equipaje en el trayecto.<br />

El nunca había temido por su vida, pero podía imaginar lo que era. Imaginar<br />

era su profesión. Igual que podía imaginar el pánico <strong>de</strong> yacer dolorido y confuso en<br />

una cama <strong>de</strong> hospital. La <strong>de</strong>sesperación <strong>de</strong> dudar <strong>de</strong> tu propia cordura. Si se sumaba<br />

todo, era mucho para una sola persona.<br />

Y ella había conseguido implicarle, algo que no era fácil. No era <strong>de</strong> los que<br />

tratan <strong>de</strong> curar el ala rota <strong>de</strong> un polluelo. La naturaleza seguía su curso y, cuanta<br />

menos gente interfiriese en él, mejor.<br />

Pero ahora estaba metido en aquello, y no solo porque le había ido <strong>de</strong> pelos<br />

haber presenciado un asesinato. Aunque eso habría sido suficiente.<br />

Ella tiraba <strong>de</strong> él. No con sus <strong>de</strong>bilida<strong>de</strong>s, sino con la fuerza que trataba <strong>de</strong><br />

encontrar y que utilizaba para combatirlas. Él <strong>de</strong>bía respetar eso. Igual que <strong>de</strong>bía<br />

reconocer el suave burbujeo <strong>de</strong> la atracción.<br />

Nunca habría dicho que fuese su tipo. Un temple <strong>de</strong> acero en reparación bajo<br />

un frágil caparazón. Aquello la hacía <strong>de</strong>pendiente, y él no tenía paciencia para las<br />

mujeres <strong>de</strong>pendientes. Por lo general.<br />

Le gustaban listas y equilibradas, y con una vida propia. Así no le quitaban<br />

<strong>de</strong>masiado tiempo.<br />

Seguramente ella había sido todo eso antes <strong>de</strong> que la hirieran. Podía volver a<br />

ser así, pero nunca exactamente igual. Pensó que sería interesante observar cómo se<br />

recuperaba y contemplar los resultados.<br />

Así pues, siguió conduciendo mientras ella dormía, a través <strong>de</strong> los campos<br />

amarillos y el ver<strong>de</strong> claro <strong>de</strong> la omnipresente salvia. Y contempló cómo los Tetons<br />

surgían <strong>de</strong> la llanura. No había suaves elevaciones, no había estribaciones que<br />

menguasen aquella potencia repentina e impresionante.<br />

La nieve aún formaba remolinos sobre los picos, y las cuchilladas <strong>de</strong>l blanco<br />

contra el azul, el gris, añadían otra capa <strong>de</strong> fuerza al chocar contra el cielo.<br />

Aún recontaba la primera vez que los vio, y su impresión ante su tosca y<br />

terrible magia, aunque nunca se había consi<strong>de</strong>rado un hombre espiritual. Suponía<br />

que las Rocosas <strong>de</strong>bían <strong>de</strong> ser más majestuosas, y las montañas <strong>de</strong>l Este, más<br />

elegantes. Pero aquellas, las montañas que ro<strong>de</strong>aban lo que <strong>de</strong> momento era su<br />

hogar, eran primitivas.<br />

Tal vez se hubiese instalado ahí porque no tenía que abrirse paso a codazos<br />

entre la gente para hacerse un poco <strong>de</strong> espacio. Pero aquellas montañas eran una<br />

fantástica atracción adicional.<br />

Condujo <strong>de</strong>prisa por la carretera vacía a través <strong>de</strong> los campos <strong>de</strong> salvia don<strong>de</strong><br />

pacía un pequeño rebaño <strong>de</strong> bisontes. Observó que se movían pesadamente con su<br />

pelaje abundante y la cabeza gacha. Un par <strong>de</strong> crías se mantenían junto a sus madres.<br />

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