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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS ÁNGELES CAÍDOS<br />

Quiso seguirlo, como una señal. Decidió que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un último zigzag, solo<br />

uno más, se sentaría en esplendida soledad, sacaría el almuerzo <strong>de</strong> la mochila y<br />

disfrutaría <strong>de</strong> una hora con la única compañía <strong>de</strong>l río.<br />

Su recompensa por aquel último esfuerzo fue una vista <strong>de</strong> agua blanca que se<br />

agitaba y rompía contra las rocas, se lanzaba contra torres <strong>de</strong> ellas y luego caía sobre<br />

sí misma en una breve catarata espumosa. Su rugido llenaba el cañón y retumbó<br />

sobre su propia risa <strong>de</strong> júbilo.<br />

Después <strong>de</strong> todo, lo había conseguido.<br />

Aliviada, se quitó la mochila <strong>de</strong> los hombros antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarse caer sobre una<br />

piedra marcada por la erosión. Sacó su almuerzo y comió con voracidad.<br />

En la cima <strong>de</strong>l mundo, así se sentía. Tranquila y al tiempo llena <strong>de</strong> energía, y<br />

absolutamente feliz. Mordió una manzana tan crujiente que sus sentidos se<br />

sobresaltaron, mientras el halcón volvía a chillar y planeaba por encima <strong>de</strong> su cabeza.<br />

«Es perfecto —pensó—. Absolutamente perfecto.»<br />

Reece levantó los prismáticos para seguir el vuelo <strong>de</strong>l halcón y luego fue<br />

bajándolos para rastrear el po<strong>de</strong>roso arranque <strong>de</strong>l río. Esperanzada, exploró las<br />

rocas, los bosques <strong>de</strong> sauces, álamos y pinos en busca <strong>de</strong> animales. Quizá un oso se<br />

acercase a pescar, o tal vez divisase a otro alce que se acercase a beber.<br />

Quería ver castores, ver cómo jugaban las nutrias, estar justo don<strong>de</strong> estaba, con<br />

los altos picos, el sol brillante y el agua como un retumbar constante allá abajo.<br />

Si no hubiese estado escrutando la áspera orilla, no los habría visto.<br />

Estaban entre los árboles y las rocas. El hombre —al menos le pareció que era<br />

un hombre— se hallaba <strong>de</strong> espaldas a ella, y la mujer, <strong>de</strong> cara al río, con las manos en<br />

las ca<strong>de</strong>ras.<br />

Pese a los prismáticos, la altura y la distancia le impedían verlos con claridad,<br />

pero distinguió la melena oscura sobre una chaqueta roja, bajo una gorra roja.<br />

Reece se preguntó qué hacían. Supuso que estaban consi<strong>de</strong>rando dón<strong>de</strong><br />

acamparían o buscando un punto por el que entrar en el río. Pero al mover los<br />

prismáticos <strong>de</strong> un lado a otro no distinguió ninguna canoa o kayak. Eso significaba<br />

que se disponían a acampar, aunque no distinguía nada <strong>de</strong> lo necesario para ello.<br />

Encogiéndose <strong>de</strong> hombros, volvió a observarles. Era una indiscreción, pero<br />

tenía que reconocer que resultaba emocionante. No podían saber que estaba allí, en<br />

las alturas, al otro lado <strong>de</strong>l río, estudiándolos como podía haber observado a un par<br />

<strong>de</strong> cachorros <strong>de</strong> oso o a una manada <strong>de</strong> ciervos.<br />

—Están discutiendo —masculló—. O eso parece.<br />

Había algo agresivo e irritado en la postura <strong>de</strong> la mujer, y cuando señaló al<br />

hombre con el <strong>de</strong>do, Reece soltó un silbido.<br />

—Oh, sí, estás furiosa. Seguro que querías alojarte en un buen hotel con cuarto<br />

<strong>de</strong> baño y servicio <strong>de</strong> habitaciones, y él te ha arrastrado <strong>de</strong> acampada.<br />

El hombre hizo un gesto, como un árbitro que proclama a un bateador seguro<br />

en la base, y esta vez la mujer le abofeteó.<br />

—¡Ay! —exclamó Reece con una mueca, y se or<strong>de</strong>nó a sí misma bajar los<br />

prismáticos.<br />

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