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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS ÁNGELES CAÍDOS<br />

Al acercarse a la gran puerta abierta con su K <strong>de</strong> hierro forjado ro<strong>de</strong>ada por un<br />

círculo aminoró la velocidad. No tenía <strong>de</strong>recho a atropellar a algún turista <strong>de</strong>seoso<br />

<strong>de</strong> experimentar la vida <strong>de</strong>l oeste solo porque su vida amorosa fuese un asco.<br />

Pasó junto a un cerco don<strong>de</strong> una yegua amamantaba a su potro, y <strong>de</strong>spués<br />

junto al alojamiento <strong>de</strong> los trabajadores, con sus troncos <strong>de</strong>steñidos y el amplio<br />

porche frontal construido para aparentar que llevaba allí un par <strong>de</strong> siglos, congelado<br />

en el tiempo. Linda-Gail sabía que, entre otras cosas, la cocina <strong>de</strong>l interior estaba<br />

equipada con un microondas y una mo<strong>de</strong>rna cafetera.<br />

La casa principal era también <strong>de</strong> troncos y se extendía en todas las direcciones.<br />

Los huéspe<strong>de</strong>s podían alojarse en una <strong>de</strong> las habitaciones <strong>de</strong>l segundo piso, en una<br />

suite, o en alguna <strong>de</strong> las cabañas <strong>de</strong> uno o dos dormitorios situadas en el bonito<br />

pinar. Podían montar a caballo, atrapar animales con lazo, dormir al raso, hacer<br />

excursiones con un guía, ir en canoa, pescar o bajar por los rápidos.<br />

Podían dárselas <strong>de</strong> vaqueros durante unos días y llevarse a casa los chichones y<br />

ampollas que acompañaban a la fantasía. O podían sentarse en una mecedora <strong>de</strong> uno<br />

<strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s porches y contemplar la vista.<br />

Por la noche tal vez acudiesen al bar <strong>de</strong>l rancho y hablasen <strong>de</strong> sus aventuras<br />

antes <strong>de</strong> acostarse en un colchón <strong>de</strong> plumas, bajo un confortable edredón que ningún<br />

vaquero había hallado jamás al final <strong>de</strong>l camino.<br />

En la bifurcación <strong>de</strong>l camino sin asfaltar, se <strong>de</strong>svió hacia los establos. Su<br />

contacto, Marian, que trabajaba en la cocina <strong>de</strong>l rancho, le había dado el chivatazo <strong>de</strong><br />

que aquella tar<strong>de</strong> Cas se ocuparía <strong>de</strong> los caballos.<br />

Aparcó, bajó el espejito para mirarse y se arregló con los <strong>de</strong>dos el cabello<br />

alborotado por el viento. Cuando salió <strong>de</strong>l coche, el vaquero que estaba dando una<br />

lección <strong>de</strong> equitación la saludó llevándose un <strong>de</strong>do al ala <strong>de</strong>l sombrero.<br />

—Hola, Harley —dijo ella, y exhibió una sonrisa alegre. «No pasa nada. Solo<br />

pasaba por aquí para matar el rato», pensó.<br />

Y para darle una patada en el culo al estúpido <strong>de</strong> Cas.<br />

Penetró en el establo, en el fuerte olor <strong>de</strong> caballos y heno, el suave aroma <strong>de</strong><br />

grano y cuero. Sonrió a LaDonna, una <strong>de</strong> las mujeres que trabajaban como guías en<br />

las excursiones a caballo.<br />

—Linda-Gail, ¿cómo va todo? —LaDonna levantó una ceja. Las noticias<br />

viajaban <strong>de</strong>prisa, sobre todo cuando había puñetazos <strong>de</strong> por medio—. Cas está en el<br />

cuarto <strong>de</strong>l material. Está bastante cabreado.<br />

—Mejor. Yo estoy igual.<br />

Se dirigió a la parte <strong>de</strong> atrás, volvió la esquina y, en<strong>de</strong>rezando la columna<br />

vertebral, entró en el cuarto <strong>de</strong>l material.<br />

Cas tenía a Toby Kcith en el reproductor <strong>de</strong> CD y el sombrero inclinado hacia<br />

atrás mientras aplicaba jabón a una silla <strong>de</strong> montar <strong>de</strong> cuero. Llevaba unos téjanos,<br />

<strong>de</strong>scoloridos y ceñidos, <strong>de</strong> cintura baja y una camisa <strong>de</strong> tela vaquera remangada<br />

hasta los codos. La punta <strong>de</strong> su gastada bota izquierda marcaba el ritmo.<br />

Su rostro parecía resentido y ridículamente atractivo, seguramente por la<br />

hinchazón <strong>de</strong>l labio inferior y el car<strong>de</strong>nal que le ro<strong>de</strong>aba el ojo.<br />

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