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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS ÁNGELES CAÍDOS<br />

más a<strong>de</strong>cuado. Quiero ver un antílope —<strong>de</strong>cidió—. Bueno, primero tendría que<br />

saber cómo montarlo.<br />

—¿Quieres montar un antílope?<br />

—No. —Se echó a reír <strong>de</strong> nuevo con suavidad—. Me he hecho un lío. Quiero<br />

ver un antílope mientras monto a caballo. Pero no sé montar.<br />

—¿No se ha ofrecido Cas a enseñarte?<br />

Reece se metió las manos en los bolsillos sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> mirar el rebaño.<br />

—No es eso lo que quería que montase. Pero pue<strong>de</strong> que le tome la palabra, en<br />

cuanto a la clase <strong>de</strong> equitación, cuando esté segura <strong>de</strong> que se comportará.<br />

—¿Te gusta que los hombres se comporten?<br />

—No necesariamente —dijo en tono ausente—, pero en su caso sí.<br />

Las alarmas no se dispararon en su cabeza hasta que él se volvió y apoyó las<br />

manos sobre el capó, a ambos lados <strong>de</strong> ella, atrapándola en el centro.<br />

—Brody...<br />

—No eres tonta ni lenta. Que tengas miedo es otra cosa. ¿Vas a <strong>de</strong>cirme que no<br />

te lo esperabas?<br />

El corazón <strong>de</strong> Reece latía a toda velocidad, tal vez en parte por miedo. Pero solo<br />

en parte.<br />

—Hace mucho tiempo que mi mente no piensa en eso. Creo que no me he dado<br />

cuenta. Casi no me he dado cuenta —corrigió.<br />

—Si no te interesa, más vale que lo <strong>de</strong>jes claro.<br />

—Claro que me interesa. Es solo que... ¡uf!<br />

La última palabra se convirtió casi en un chillido cuando él la cogió <strong>de</strong> los<br />

brazos y la levantó hasta ponerla <strong>de</strong> puntillas.<br />

—Más vale que tomes aliento —advirtió—. Vamos a tirarnos <strong>de</strong> cabeza.<br />

No pudo tomar aliento, ni pensar, ni equilibrarse. El chapuzón fue repentino, y<br />

el aire que era tan limpio y fresco se volvió abrasador. La boca <strong>de</strong>l hombre no era<br />

paciente ni amable, no persuadía ni seducía. Sencillamente cogía lo que quería. La<br />

sensación <strong>de</strong> ser barrida, arrastrada y transportada la <strong>de</strong>jó mareada y floja.<br />

Lo notó caliente, duro y sediento. Apenas recordaba cómo era sentir que un<br />

hombre tuviese sed <strong>de</strong> probarla y luego se saciase <strong>de</strong> ella.<br />

Mientras se preguntaba si quedaría algo <strong>de</strong> ella cuando él terminase, sus brazos<br />

ro<strong>de</strong>aron el cuello <strong>de</strong>l hombre. Las manos <strong>de</strong> él aferraron sus ca<strong>de</strong>ras y la atrajeron<br />

brutalmente contra sí.<br />

Su corazón latió con fuerza contra el <strong>de</strong>l hombre. Temblaba, pero su boca se<br />

mostraba tan ávida como la <strong>de</strong> él; sus brazos se enlazaban con firmeza alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong><br />

su cuello. Cuando él recorrió sus labios, no percibió el sabor <strong>de</strong>l miedo, sino el <strong>de</strong><br />

una sorpresa que asomaba a través <strong>de</strong> una sofocante llamarada <strong>de</strong> necesidad.<br />

Él quería más. La levantó por las ca<strong>de</strong>ras hasta <strong>de</strong>jarla sentada sobre el capó <strong>de</strong>l<br />

coche. Entonces avanzó y tomó más.<br />

Tal vez se hubiese vuelto loca y más tar<strong>de</strong> se arrepintiese.<br />

Pero por el momento cedió a las exigencias <strong>de</strong> su propio cuerpo y ro<strong>de</strong>ó la<br />

cintura <strong>de</strong> él con las piernas.<br />

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