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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS ÁNGELES CAÍDOS<br />

Reece retrocedió hasta la cama, tiró <strong>de</strong> la colcha y arrancó las sábanas.<br />

—Ya está, mejor así.<br />

—¿Ahora quién es estúpida?<br />

—Oh, confía en mí, sigues ganando el premio. ¿De verdad crees que porque<br />

estoy enamorada <strong>de</strong> ti estoy tratando <strong>de</strong> atraparte lavándote los calcetines sucios y<br />

preparando pollo y budines? Eres un idiota, Brody, y te lo tienes <strong>de</strong>masiado creído.<br />

Dejaré que disfrutes <strong>de</strong> tus <strong>de</strong>lirios <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>za. —Se dirigió a gran<strong>de</strong>s zancadas<br />

hacia la puerta y añadió—. ¡Claro que no soy tu madre! ¡Ni siquiera sabe cocinar!<br />

Brody miró la cama con el ceño fruncido mientras se frotaba la base <strong>de</strong>l cuello,<br />

tratando <strong>de</strong> eliminar la tensión.<br />

—Fantástico —refunfuñó.<br />

E hizo una mueca <strong>de</strong> disgusto cuando la puerta <strong>de</strong> abajo dio un portazo lo<br />

bastante fuerte como para hacer sonar sus dientes.<br />

Reece cogió solo lo que tenía más a mano y luego lo metió en su coche. Más<br />

tar<strong>de</strong> se ocuparía <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong> sus cosas, que no eran muchas.<br />

Cogería los ingredientes que necesitase para la sopa <strong>de</strong> Joanie's. Pediría cambio<br />

en el hotel y llevaría su ropa sucia —solo la suya— a las lavadoras cutres <strong>de</strong>l sótano.<br />

No era la primera vez que lo hacía.<br />

O tal vez lo mandaría todo a la porra y daría una vuelta en coche para ver si<br />

florecían los campos.<br />

Mientras se dirigía al pueblo, frunció el ceño.<br />

—Bueno, ¿y ahora qué? —dijo entre dientes, al notar que la dirección rechinaba.<br />

Dio un manotazo malhumorado al volante. Luego, resignada, se <strong>de</strong>svió hacia el<br />

taller <strong>de</strong> Lynt.<br />

Las puertas <strong>de</strong>l garaje estaban abiertas, y en el elevador había un viejo utilitario.<br />

De <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l vehículo salió Lynt, alto y <strong>de</strong>lgado a sus cuarenta años. La camisa <strong>de</strong><br />

cuadros remangada <strong>de</strong>jaba ver unos fuertes tendones. Del bolsillo trasero asomaba<br />

un trapo manchado <strong>de</strong> aceite, llevaba una gorra también sucia <strong>de</strong> grasa y masticaba<br />

tabaco.<br />

Cuando Reece bajó <strong>de</strong>l coche, apretó los labios y se echó hacia atrás la visera <strong>de</strong><br />

la gorra.<br />

—¿Tiene problemas?<br />

—Eso parece. La dirección hace cosas raras, rechina —respondió. Se dio cuenta<br />

<strong>de</strong> que tenía los dientes apretados y relajó las mandíbulas.<br />

—No me extraña, lleva las dos ruedas traseras prácticamente <strong>de</strong>sinfladas.<br />

—¿Desinfladas? —repitió ella, volviéndose a mirar—. Maldita sea. Ayer estaban<br />

bien.<br />

—Tal vez haya pisado algo.<br />

Se agachó para echarle un vistazo al neumático trasero <strong>de</strong>recho.<br />

—Debe <strong>de</strong> tener una fuga. Veré lo que puedo hacer.<br />

—Llevo una <strong>de</strong> repuesto en el maletero.<br />

Dios, ¿iba a tener que cambiar dos ruedas?<br />

—Me pondré con ello en cuanto acabe con estas pastillas <strong>de</strong> freno. ¿Necesita<br />

— 237 —

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