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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS ÁNGELES CAÍDOS<br />

—Ni a mí, pero probársela no cuesta nada. Con ese corte tan ajustado, te<br />

quedará mejor a ti que a mí. ¡Qué mierda! De todos modos, si tuviese pasta sería mía.<br />

—Creo que necesito tumbarme.<br />

—Enseguida te sentirás mejor. Si te tiemblan las piernas, llevo una petaca en el<br />

bolso.<br />

—Eres... —Reece tartamu<strong>de</strong>o un poco mientras Linda-Gail tiraba <strong>de</strong> ella—.<br />

¿Una petaca <strong>de</strong> qué?<br />

—Martini <strong>de</strong> manzana, por si necesitas algo para atontarte. O porque sí.<br />

Mmmm, qué marco. Fíjate en eso.<br />

A Reece la cabeza le daba vueltas. Se volvió en la dirección que indicaba Linda-<br />

Gail y vio a un vaquero alto y <strong>de</strong>lgado con botas, Levis y sombrero.<br />

—Ñam-ñam—opinó Linda-Gail.<br />

—Creía que estabas enamorada <strong>de</strong> Cas.<br />

—Lo estaba, lo estoy y lo estaré. Pero es como la cazadora, cariño. Mirar no<br />

cuesta un céntimo. Supongo que con Brody habéis hecho algo más que mirar. ¿Cómo<br />

os va en la cama?<br />

—Si esto sigue así voy a necesitar ese martini.<br />

—Dime solo una cosa. ¿Tiene su culo tan buen aspecto <strong>de</strong>snudo como con los<br />

vaqueros?<br />

—Sí, sí. Puedo <strong>de</strong>cirte que sí.<br />

—Lo sabía. Ya hemos llegado.<br />

Apretó el brazo <strong>de</strong> Reece y tiró <strong>de</strong> ella hacia el interior.<br />

Reece no echó mano a la petaca, aunque resultaba tentador, y mientras<br />

esperaban a los estilistas estuvo a punto <strong>de</strong> marcharse media docena <strong>de</strong> veces.<br />

Pero había aprendido algo.<br />

No se sentía tan mal como la última vez que lo intentó. El corazón no le<br />

palpitaba tan alocadamente; las pare<strong>de</strong>s no parecían tan juntas, ni los sonidos tan<br />

discordantes. Y cuando su estilista se presentó como Serge, no se <strong>de</strong>shizo en lágrimas<br />

ni salió corriendo hacia la puerta.<br />

Tenía un ligero acento eslavo y una atractiva sonrisa que se convirtió en<br />

preocupación cuando la tomó <strong>de</strong> la mano.<br />

—Cariño, tienes las manos heladas. Te daremos una infusión. ¡Nan!<br />

Necesitamos una manzanilla. Ven conmigo.<br />

Reece lo siguió como un perrito.<br />

Serge la acomodó en una butaca y la envolvió en una capa <strong>de</strong> color ver<strong>de</strong><br />

menta. Le puso las manos en el cabello antes <strong>de</strong> que el cerebro <strong>de</strong> Reece volviese a<br />

funcionar.<br />

—No estoy segura <strong>de</strong>...<br />

—¡Tiene una textura magnífica, muy <strong>de</strong>nsa! Está muy sano. Te lo cuidas.<br />

—Supongo.<br />

—Pero ¿y el estilo? ¿Y la gracia? Mira tu cara y todo el cabello que la tapa como<br />

una cortina. ¿Qué te gustaría hacerte?<br />

—Pues... la verdad, no lo sé. No pensé llegar hasta aquí.<br />

— 184 —

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