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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS ÁNGELES CAÍDOS<br />

—No sabía si seguiría aquí. —Mac la<strong>de</strong>ó la cabeza para ver la cocina—. En<br />

realidad, supuse que se habría marchado hace mucho.<br />

—Supongo que tiene más motivos para quedarse que para irse.<br />

—No lo sé, doctor —respondió Mac; la inquietud hacía más profundas las<br />

arrugas <strong>de</strong> su frente y tensaba su voz—. Tal como se movía por mi tienda... Furiosa,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, pero no tenía buena cara. Como le dije, me quedé tan preocupado que al<br />

cerrar la tienda fui a ver cómo estaba. Y su casa estaba cerrada a cal y canto; su coche<br />

había <strong>de</strong>saparecido. Supuse que se había largado. —Mac siguió comiendo y<br />

enseguida añadió—. Quería hablar con usted <strong>de</strong> eso. Cuando la he visto en la cocina<br />

no sabía qué pensar. Creo que me he sentido un tanto aliviado. No me gustaba<br />

pensar que iba conduciendo por ahí, con lo nerviosa que estaba...<br />

—Las personas se ponen nerviosas, Mac —dijo el doctor, tratando <strong>de</strong> disipar<br />

con un gesto <strong>de</strong> la mano el obstinado ceño <strong>de</strong> Mac—. Unas más que otras. Es<br />

evi<strong>de</strong>nte que ayer pasó un mal rato.<br />

—Eso es otro asunto.<br />

Mac echó un vistazo para asegurarse <strong>de</strong> que Linda-Gail no volvía para servirles<br />

más café. Aunque la máquina <strong>de</strong> discos estaba en silencio —nada <strong>de</strong> música hasta las<br />

diez era una norma inflexible <strong>de</strong> Joanie—, el rumor <strong>de</strong> las conversaciones y el ruido<br />

<strong>de</strong> los platos bastaban para cubrir su voz.<br />

—Para empezar, me parece que Rick no <strong>de</strong>bería haberle pedido que fuese sola a<br />

mirar esas fotos. Puñeta, doctor, pocas mujeres hubiesen podido aguantar una cosa<br />

así, y mucho menos Reece, con lo que ha vivido. Debería haberle avisado.<br />

—Bueno, Mac, no sé por qué Rick iba a pensar en llamarme. Soy médico <strong>de</strong><br />

familia, no psiquiatra.<br />

—Debería haberle avisado —insistió Mac, apretando los dientes—. Y en<br />

segundo lugar, por lo que dijo en mi tienda, la mujer <strong>de</strong> la foto no era la que ella vio.<br />

Ahora bien, doctor, por fuerza tiene que serlo, ¿no? Esto no es Nueva York o algo así.<br />

Por aquí no asesinan a gente todos los días.<br />

—No sé dón<strong>de</strong> quiere ir a parar.<br />

—Me pregunto si, dadas las circunstancias, ella no quiere que sea la misma<br />

mujer. Pue<strong>de</strong> que se esté aferrando <strong>de</strong>masiado a eso.<br />

El doctor sonrió apenas.<br />

—¿Quién está jugando ahora a los psiquiatras?<br />

—Trabajar <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> un mostrador durante un par <strong>de</strong> décadas es como ser<br />

psiquiatra. No todo el mundo creyó a esa chica cuando dijo haber visto que atacaban<br />

a una mujer—añadió Mac con otro movimiento <strong>de</strong>l tenedor—. Yo sí, la creí. Igual que<br />

creo que esa pobre mujer es la que apareció muerta en el pantano. Reece no pue<strong>de</strong><br />

aceptarlo, eso es lo que pienso.<br />

—Podría ser.<br />

—Bueno, usted es el doctor. Ayú<strong>de</strong>la.<br />

—No se me pongan tan serios y reservados. —Linda-Gail vertió un poco más<br />

<strong>de</strong> café en las tazas—. Aquí sentados, con las cabezas juntas...<br />

—Cosas <strong>de</strong> hombres —dijo el doctor con un guiño.<br />

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