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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS ÁNGELES CAÍDOS<br />

albahaca, aunque tampoco podía permitírselo. Y el brie y las setas para el arroz<br />

salvaje.<br />

Mientras Linda-Gail miraba embobada los escaparates <strong>de</strong> las boutiques, Reece<br />

se estremecía <strong>de</strong> placer en los mercados.<br />

Aun cargada con las bolsas <strong>de</strong> las compras subió por la escalera <strong>de</strong>l<br />

apartamento casi bailando. Abrió la puerta canturreando. Se sentía tan relajada que<br />

<strong>de</strong>jó las bolsas sobre la encimera y luego volvió a la puerta para cerrarla.<br />

—Caramba, Reece, vas a ser <strong>de</strong> nuevo una chica normal antes <strong>de</strong> que te <strong>de</strong>s<br />

cuenta.<br />

Cuando hubo cerrado la puerta <strong>de</strong>cidió que lo primero que haría era mirarse en<br />

el espejo, lo <strong>de</strong>más podía esperar.<br />

Se dirigió al baño haciendo piruetas por el simple gusto <strong>de</strong> notar el vaivén <strong>de</strong>l<br />

cabello, más corto y ligero.<br />

Pero cuando llegó frente al espejo se puso mortalmente pálida y la conmoción<br />

distendió todos los músculos <strong>de</strong> su cuerpo.<br />

El dibujo estaba pegado con cinta adhesiva, y lo que Reece vio no fue su cara<br />

sino el rostro <strong>de</strong> una mujer muerta. En las pare<strong>de</strong>s, en el suelo y en el pequeño<br />

neceser, escrita una y otra vez con rotulador rojo como la sangre, se leía una<br />

pregunta.<br />

¿SOY YO?<br />

Temblando, se <strong>de</strong>jó caer en el umbral y se hizo un ovillo.<br />

«Ya tiene que estar en casa», pensó Brody mientras ro<strong>de</strong>aba el lago en su coche.<br />

¿Cuánto tiempo necesitaba para cortarse el pelo? No contestaba al teléfono, y al<br />

llamarla cuatro veces en la última hora se había sentido ridículo.<br />

Puñeta, la echaba <strong>de</strong> menos. Y eso resultaba aún más ridículo, porque él nunca<br />

echaba <strong>de</strong> menos a nadie. A<strong>de</strong>más, solo hacía unas horas que se había marchado.<br />

Ocho horas y media. Muchos días se pasaba más tiempo sin verla.<br />

Pero entonces sabía que estaba al otro lado <strong>de</strong>l lago, que si él quería podía<br />

acercarse a verla.<br />

Aún no se había rebajado a probar su teléfono móvil, no era el típico idiota<br />

encoñado que no podía pasar un día separado <strong>de</strong> una mujer sin marcar su número.<br />

Sin oír su voz.<br />

Pasaría por Joanie's y tal vez se tomase una cerveza. Estaría ojo avizor por si<br />

aparecía su coche. Pero como quien no quiere la cosa.<br />

Nadie tenía por qué saberlo.<br />

Vio el coche en su lugar habitual y supuso que estaba <strong>de</strong> suerte. Subiría y le<br />

diría que había tenido que escaparse al pueblo para comprar... ¿qué? Para comprar<br />

pan.<br />

¿Tenía pan en casa? No se acordaba. El pan sería su coartada, y se atendría a<br />

ella.<br />

Quería verla, olería. Quería ponerle las manos encima. Pero ella no tenía por<br />

qué saber que llevaba una hora dando vueltas en su cabaña como un caniche.<br />

Mientras aparcaba se dio cuenta <strong>de</strong> que aquello era una estupi<strong>de</strong>z. Inventar<br />

— 187 —

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