Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel
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NORA ROBERTS ÁNGELES CAÍDOS<br />
<strong>de</strong>saparecida que coincida con su <strong>de</strong>scripción. Tampoco la reconoce nadie. No puedo<br />
hacer gran cosa.<br />
—No. Bueno, sé que ha hecho lo posible. Pue<strong>de</strong> que tenga más suerte en<br />
Jackson. Mientras esté en la ciudad, enseñaré el dibujo por ahí.<br />
—No voy a <strong>de</strong>cirle que no lo haga —dijo Rick <strong>de</strong>spacio—, pero <strong>de</strong>be enten<strong>de</strong>r,<br />
y no tengo nada contra el doctor, que ese dibujo es <strong>de</strong>masiado tosco. Sin más<br />
<strong>de</strong>talles, es muy probable que tropiece con un montón <strong>de</strong> gente que crea haber visto<br />
a alguien que se le parezca. Acabará mareada.<br />
—Supongo que tiene razón. —Reece guardó el dibujo; la expresión <strong>de</strong> Debbie<br />
no le pasó <strong>de</strong>sapercibida. Si había algo que Reece reconocía, era la compasión<br />
silenciosa—. Pero me parece que al menos tengo que intentarlo. Más vale que me<br />
vaya. Gracias, sheriff. Me alegro <strong>de</strong> verte, Debbie. Adiós, Hank.<br />
Mientras salía, notaba que el calor le ascendía por la nuca. Y es que sabía que,<br />
a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> compa<strong>de</strong>cerla, especulaban.<br />
¿Hasta qué punto estaba loca Reece Gilmore?<br />
«A la mierda. Que se vayan a la mierda», se dijo mientras volvía a Joanie's para<br />
recoger el coche. No iba a fingir que no vio lo que vio, no iba a meter los dibujos en<br />
un cajón y olvidarlo todo.<br />
Y no iba a permitir que aquello la <strong>de</strong>sanimase, aquel día no.<br />
Aquel día iba a la ciudad a arreglarse el pelo.<br />
Que Dios la ayudase.<br />
Los campos <strong>de</strong> salvia estaban a punto <strong>de</strong> florecer. Reece pensó que casi podía<br />
oírles efectuar aquella inspiración larga y profunda que estallaría en color al volverse<br />
espiración.<br />
Un trío <strong>de</strong> pelícanos voló en formación sobre el pantano, pero fue la visión <strong>de</strong><br />
un coyote que trotaba con paso sigiloso, el primero que veía, lo que la llevó a <strong>de</strong>cirle<br />
a Linda-Gail que parase el coche.<br />
Aunque Linda-Gail lo llamó «rata gigante», complació a Reece.<br />
—Se le ve tan pillo...<br />
—Menudos cabrones rastreros —opinó Linda-Gail.<br />
—Es posible, pero me gustaría oír aullar a uno, como en las películas.<br />
—Olvidaba que eres una chica <strong>de</strong> ciudad. A veces, por la noche, cuando hace<br />
calor y has <strong>de</strong>jado las ventanas abiertas, se les oye.<br />
—Lo pondré en mi lista. Gracias por parar para esta chica <strong>de</strong> ciudad.—No hay<br />
problema.<br />
Luego se dirigieron a toda velocidad hacia Jackson Hole; les acompañaba la<br />
enérgica voz <strong>de</strong> Martina McBri<strong>de</strong>.<br />
Si Angel's Fist le parecía un pequeño e interesante diamante en bruto, Jackson<br />
se le antojó gran<strong>de</strong>, pulida y labrada, con su estilo elegante y sus luces <strong>de</strong> neón <strong>de</strong><br />
vivos colores. Tiendas, restaurantes y galerías alternaban con paseos con el suelo <strong>de</strong><br />
tablas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y calles bulliciosas. Reece pensó que la gente parecía atareada,<br />
como si se dirigiese a alguna parte. Tal vez habían hecho un alto en la ciudad antes<br />
<strong>de</strong> visitar uno <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s parques, ahora que el verano estaba a las puertas.<br />
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