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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS ÁNGELES CAÍDOS<br />

hacia la cabaña las dudas aumentaban.<br />

—Tal vez <strong>de</strong>beríamos tomar primero otra copa <strong>de</strong> vino.<br />

—Ya he tomado bastante, gracias —dijo Brody mientras seguía caminando sin<br />

soltarle la mano.<br />

—Quizá sería mejor hablar <strong>de</strong> adon<strong>de</strong> nos lleva esto.<br />

—Ahora mismo nos lleva a mi dormitorio.<br />

—Sí, pero...<br />

De nada servía poner reparos cuando él ya tiraba <strong>de</strong> ella.<br />

—Mmm, tienes que cerrar la puerta con llave — añadió.<br />

Él lo hizo.<br />

—Ya está.<br />

—La verdad, creo que tenemos que... —Se interrumpió, estupefacta, cuando él<br />

se limitó a levantarla <strong>de</strong>l suelo y echársela sobre el hombro—. ¡Oh, vaya! —En su<br />

interior luchaban <strong>de</strong>masiadas corrientes conflictivas para po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>cidir si aquello<br />

resultaba romántico o humillante—. No estoy segura <strong>de</strong> que sea este el enfoque<br />

a<strong>de</strong>cuado. Me parece que si nos tomásemos unos minutos para hablar... Solo quisiera<br />

pedirte que no esperes <strong>de</strong>masiado porque, la verdad, hace mucho que no práctico y...<br />

—Estás hablando <strong>de</strong>masiado.<br />

—Pues la cosa va a empeorar —le advirtió Reece cerrando los ojos cuando él<br />

empezó a subir por la escalera—. Noto que no voy a po<strong>de</strong>r parar. Escucha, escucha,<br />

cuando estábamos fuera podía respirar y creía que podría con esto. No es que no lo<br />

quiera, es solo que no estoy segura. No sé. Dios mío. ¿Hay pestillo en la puerta <strong>de</strong>l<br />

dormitorio?<br />

Brody la cerró con el pie, se volvió y accionó el pestillo.<br />

—¿Mejor?<br />

—No lo sé. Tal vez. Ya sé que estoy siendo una tonta, pero es que no...<br />

—Saber que estás siendo una tonta es el primer paso para la recuperación —dijo<br />

antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarla <strong>de</strong> pie junto a la cama—. Ahora cállate.<br />

—Solo creo que si...<br />

Los pensamientos se esfumaron cuando él volvió a hacerlo. Tirar <strong>de</strong> ella,<br />

cerrarle la boca con la suya, con pasión, con sed. Ella solo pudo aguantar mientras los<br />

miedos, las necesida<strong>de</strong>s y la razón luchaban en su interior.<br />

Parte <strong>de</strong> ella se rompía en pedazos. Y parte <strong>de</strong> ella <strong>de</strong>saparecía.<br />

—Creo que...<br />

—Debería callarme —acabó él, antes <strong>de</strong> volver a besarla.<br />

—Lo sé. Tal vez, podrías hablar tú. Pero ¿pue<strong>de</strong>s apagar las luces?<br />

—No las he encendido.<br />

—¡Oh, vaya!<br />

Ahora la plateada luz <strong>de</strong> la luna y el resplandor <strong>de</strong> las estrellas, tan bonitas y<br />

atrayentes en el exterior, parecían <strong>de</strong>masiado brillantes.<br />

—Imagina que aún te tengo cogida <strong>de</strong> la mano para que no puedas escaparte.<br />

Pero Reece sentía que sus manos le recorrían el cuerpo, que sus pulgares se<br />

<strong>de</strong>slizaban sobre sus pechos, y no con <strong>de</strong>masiada suavidad. Deliciosos escalofríos.<br />

— 172 —

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