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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS ÁNGELES CAÍDOS<br />

—Tócame —pidió, mordiéndole el labio inferior, la lengua—. Tócame en algún<br />

sitio. Don<strong>de</strong> sea.<br />

Las manos <strong>de</strong> él se <strong>de</strong>slizaron enseguida bajo el suave algodón <strong>de</strong>l jersey y<br />

agarraron sus pechos. Un gemido surgió <strong>de</strong> la garganta <strong>de</strong> Reece; su cuerpo anhelaba<br />

más. Más contacto, más sensación, más <strong>de</strong> todo. Sus manos eran ásperas y duras,<br />

como el resto <strong>de</strong> él, ásperas, duras y directas. Eran fuertes y magullaban tiernamente<br />

todo lo que tocaban.<br />

La respuesta <strong>de</strong> ella, sus <strong>de</strong>mandas, <strong>de</strong>voraban el control que él no creía<br />

necesitar hasta <strong>de</strong>jarlo pendiente <strong>de</strong> un hilo. Se imaginó tomándola allí mismo, sobre<br />

el capó <strong>de</strong>l coche, arrancando toda la ropa que estorbase y entrando en ella hasta<br />

liberar aquella tensión viva y madura.<br />

—Calma —dijo, cogiéndola por los brazos con manos no <strong>de</strong>masiado firmes—.<br />

Vamos a relajarnos un poco.<br />

Reece apenas le oyó por encima <strong>de</strong>l estruendo <strong>de</strong> su mente, así que <strong>de</strong>jó caer la<br />

cabeza sobre su hombro.<br />

—Vale, vale. Caray. No po<strong>de</strong>mos... No <strong>de</strong>beríamos hacer esto...<br />

—Lo hemos hecho y seguro que lo volveremos a hacer pero, como no tenemos<br />

dieciséis años, no será en mitad <strong>de</strong> la carretera ni sobre el capó <strong>de</strong> un coche.<br />

—No, claro.<br />

¿Era allí don<strong>de</strong> estaban? Consiguió levantar la cabeza y centrarse.<br />

—Madre mía, estamos en mitad <strong>de</strong> la carretera. Muévete. Tienes que moverte.<br />

Saltó al suelo, se pasó las manos por el cabello <strong>de</strong>speinado y se arregló el jersey<br />

y la chaqueta.<br />

—Estás bien.<br />

Ella no se sentía bien. Se sentía utilizada, aunque no lo suficiente.<br />

No po<strong>de</strong>mos... No estoy preparada para... Esto no es buena i<strong>de</strong>a.<br />

—No te estoy pidiendo que te cases conmigo y tengamos hijos, flaca. Ha sido<br />

un beso y una i<strong>de</strong>a buenísima. Acostarnos juntos es una i<strong>de</strong>a aún mejor.<br />

Ella se llevó las manos a las sienes.<br />

—No puedo pensar. Mi cabeza va a explotar.<br />

—Hace unos minutos parecía que fuese a explotarte otra parte <strong>de</strong>l cuerpo.<br />

—Para. ¿Pue<strong>de</strong>s parar? Míranos, metiéndonos mano, hablando <strong>de</strong> sexo. Ha<br />

muerto una mujer.<br />

—Seguirá muerta tanto si nos vamos a la cama como si no. Si necesitas algo <strong>de</strong><br />

tiempo para asimilarlo, vale. Tómate un par <strong>de</strong> días. Pero si <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> esto crees<br />

que no vamos a tenernos el uno al otro, entonces me equivocaba. Eres tonta.<br />

—No soy tonta.<br />

—¿Lo ves? Tenía razón.<br />

Él se volvió para entrar en el coche.<br />

—Brody, ¿pue<strong>de</strong>s esperar un puñetero minuto?<br />

—¿Para qué?<br />

Reece se quedó mirando a aquel hombre corpulento, masculino y tosco, con la<br />

elevada extensión <strong>de</strong> los Tetons como fondo.<br />

— 110 —

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