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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS ÁNGELES CAÍDOS<br />

Sin <strong>de</strong>cir nada, Reece mezcló la ensalada con la vinagreta que había preparado<br />

en casa.<br />

—Es más fuerte <strong>de</strong> lo que me pareció cuando la conocí —continuó él—. Tiene<br />

una profunda e innata voluntad <strong>de</strong> supervivencia. Se echó al agua porque sabía que<br />

era su única posibilidad, y prefería morir tratando <strong>de</strong> vivir a limitarse a esperar en el<br />

suelo a que él la matase. Y consiguió salir <strong>de</strong>l río aunque este trató <strong>de</strong> ahogarla,<br />

aunque la llevó <strong>de</strong> un lado para otro. Consiguió salir.<br />

—Sí —convino Reece—, parece fuerte.<br />

—Ella no lo veía así. No pensó, se limitó a actuar. Luchó con uñas y dientes<br />

para salir. Está perdida y herida, tiene frío y sigue estando sola. Pero está viva.<br />

—¿Seguirá así?<br />

—Eso <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>rá <strong>de</strong> ella.<br />

Reece asintió. Sirvió la ensalada en los platos y los espolvoreó con queso.<br />

—Querrá rendirse, pero espero que no lo haga —dijo—. Espero que gane. ¿Le<br />

tienes... aprecio?<br />

—Si no fuese así, no pasaría tiempo con ella.<br />

Reece puso los platos sobre la mesa y luego una cestita con un pan <strong>de</strong> aceitunas.<br />

Ella misma sirvió el vino.<br />

—También pasaste tiempo con el asesino.<br />

—Y le tengo aprecio, aunque <strong>de</strong> forma distinta. Siéntate. Me gusta cómo se ven<br />

tus ojos a la luz <strong>de</strong> las velas.<br />

Primero apareció en ellos la sorpresa, y luego, al sentarse, aquella luz dorada.<br />

—Prueba la ensalada. No herirás mis sentimientos si no te gusta.<br />

El hizo lo que le pedía y a continuación la miró con el ceño fruncido.<br />

—Es increíble. No me gusta el apio y nunca me han gustado las espinacas. ¿A<br />

quién le gustan? A<strong>de</strong>más, no soy muy aficionado a los cambios.<br />

Ella sonrió.<br />

—Pero te gusta el apio y te gustan las espinacas que preparo yo.<br />

—Eso parece. Pue<strong>de</strong> que simplemente me guste todo lo que me pones <strong>de</strong>lante.<br />

—Lo que hace que merezca la pena cocinar para ti —comentó Reece pinchando<br />

un poco <strong>de</strong> ensalada—. Por el hierro en la sangre.<br />

—¿Has vuelto a pensar en preparar una propuesta para un libro <strong>de</strong> cocina?<br />

—La verdad es que le <strong>de</strong>diqué algún tiempo anoche, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l trabajo.<br />

—¿Por eso se te ve cansada?<br />

—Esa no es una pregunta apropiada <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber dicho que te gustaba<br />

cómo se me veía a la luz <strong>de</strong> las velas.<br />

—Tus ojos, para ser exactos. No significa que no vea que estas cansada.<br />

Reece supuso que él siempre le diría la cruda verdad. Por duro que pudiese<br />

resultar para el ego, era mejor que los tópicos y las mentiras piadosas.<br />

—No podía dormir, así que la propuesta me proporciono algo que hacer. Estaba<br />

pensando en El gourmet sencillo como título.<br />

—No está mal.<br />

—¿Se te ocurre algo mejor?<br />

— 166 —

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