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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS ÁNGELES CAÍDOS<br />

Junto a ella, Brody cerró los ojos y sonrió en la oscuridad. No me ha pedido que<br />

compruebe que la puerta está bien cerrada —pensó—. Se ha dormido sin miedos.<br />

Cas tenía la mano <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la camisa <strong>de</strong> Linda-Gail y un preservativo en el<br />

bolsillo. La parte <strong>de</strong> su cerebro que aún permanecía por encima <strong>de</strong> la hebilla <strong>de</strong> su<br />

cinturón regresó al pasado, cuando tenían dieciséis años y la situación era bastante<br />

similar. Sin embargo, esta vez estaban en la casita <strong>de</strong> ella y no en la vieja furgoneta<br />

Ford que él se había comprado con ayuda <strong>de</strong> su madre. Había un dormitorio muy<br />

cerca, pero el sofá serviría igual.<br />

Los bonitos pechos <strong>de</strong> la muchacha —que él no había visto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel remoto<br />

verano— tenían un tacto suave y cálido. Su boca, que él nunca había olvidado,<br />

resultaba picante y dulce al mismo tiempo.<br />

Y, Dios, qué bien olía.<br />

Linda-Gail era toda curvas. Más plenas que a los dieciséis, pero en todos los<br />

lugares a<strong>de</strong>cuados. Y aunque al principio se sintió <strong>de</strong>sconcertado e incluso un tanto<br />

molesto al ver que se había teñido el pelo, en aquel momento le parecía muy sexy.<br />

Era casi como ponerle las manos encima a una extraña.<br />

Pero cuando esa mano se <strong>de</strong>slizó hasta el botón <strong>de</strong> los vaqueros <strong>de</strong> Linda-Gail,<br />

la <strong>de</strong> ella la aferró con fuerza.<br />

—Para —dijo, igual que a los dieciséis.<br />

—Vamos, nena —insistió él, pasándole los <strong>de</strong>dos por el estómago tembloroso,<br />

antes <strong>de</strong> bajar por su garganta—. Solo quiero...<br />

—No siempre pue<strong>de</strong>s tener lo que quieres, Cas —interrumpió ella con voz poco<br />

firme, sin soltarle la mano—. Y esta noche no lo vas a tener.<br />

—Sabes que te <strong>de</strong>seo. Dios, siempre te he <strong>de</strong>seado. Tú también me <strong>de</strong>seas —dijo<br />

antes <strong>de</strong> volver a besarla—. ¿Por qué quieres provocarme así, amor?<br />

—No me llames amor si no lo dices en serio. Y no te estoy provocando.<br />

Necesitó mucha voluntad para apartarse <strong>de</strong> él, pero lo hizo. En ese momento<br />

vio la sorpresa en su rostro y las primeras señales <strong>de</strong> irritación.<br />

—Entre tú y yo las cosas no van a ser así —añadió.<br />

—¿Así, cómo?<br />

—No vas a follar conmigo y luego pasar a otra cosa.<br />

—¡Por Dios, Linda-Gail! —exclamó él con la confusión pintada en el rostro—.<br />

Eres tú quien me ha pedido que viniese.<br />

—Para hablar <strong>de</strong> Reece.<br />

—Eso es mentira y tú lo sabes. Cuando te he besado, no te has puesto a pedir<br />

ayuda a gritos.<br />

—Me ha gustado que me besaras. Me encanta. Siempre me ha encantado, Cas.<br />

—Entonces, ¿cuál es el problema?<br />

—Ya no somos unos críos, y yo no busco un rollo <strong>de</strong> una noche. Si ese es tu<br />

caso, más vale que vayas a por una <strong>de</strong> esas mujeres que tú sabes y que se conforman<br />

con eso —explicó ella mientras se alisaba la camisa, <strong>de</strong>sabrochada a medias—. Yo<br />

aspiro a otra cosa.<br />

—¿Que aspiras a otra cosa? —repitió él mientras las señales <strong>de</strong> irritación se<br />

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